Un niño indígena prehispánico, un misionero, un tlaxcalteca y un español forman parte de esta hermosa composición escultórica que se realizó para conmemorar el 400 aniversario de la fundación de San Esteban de la Nueva Tlaxcala
En su libro “Breve historia de Saltillo”, Jesús Alfonso Arreola Pérez nos explica el significado de la bella escultura que se encuentra ubicada a espaldas de Palacio de Gobierno, en la calle de Allende, en la plaza denominada “De la Nueva Tlaxcala”.
Dice Arreola Pérez qué, “cuando se cumplieron en 1991 cuatrocientos años de la fundación de San Esteban de la Nueva Tlaxcala —el pueblo que se ubicaba al poniente de la Villa de Santiago de Saltillo, y que junto con ésta ahora forman la ciudad de Saltillo—el Gobierno del Estado abrió un espacio en el que fue punto de colindancia entre el pueblo tlaxcalteca de San Esteban y la villa española del Saltillo y levantó ahí una hermosa composición escultórica, obra de Erasmo Fuentes de Hoyos, integrada por cuatro figuras sobre un espejo de agua”:
“Un niño representa los indígenas prehispánicos; da la espalda a lo que acontece en torno suyo. Cerca, un misionero franciscano se inclina en actitud protectora. El niño está a la intemperie, solo, en la compleja circunstancia desatada tras el descubrimiento y colonización de América. Al lado del niño, en rocas y peñascos que forman la base del monumento, aparecen petroglifos, testimonio de la incipiente huella dejada por aquellos a quienes se les agotó el tiempo y no lograron comprender el nuevo mundo creado por la colonización hispana.
En el centro, erguido y orgulloso, un tlaxcalteca se impone sobre las demás figuras del conjunto. Bajo un brazo, lleva un rollo de papeles, son los acuerdos garantes de privilegios, de derechos y de libertad. La figura es fuerte, la más fuerte del grupo escultórico. En la otra mano, porta el estandarte de su pueblo, sobresale ahí la simbólica garza del señorío de Tizatlán.
Completa el grupo un español rodilla en tierra. Señala con la mano la tierra, la entrega a los del Altiplano, donde fundan la Nueva Tlaxcala. El español dialoga con el indio. Es la Colonia, urgida por arraigar la presencia civilizadora tlaxcalteca en tierras de frontera. No es un español fundador, es el soldado de otra generación, cumpliendo la instrucción de conducir e instalar a los tlaxcaltecas en el Valle de Saltillo.
Con acierto, el escultor plasmó en el bronce un hecho repetido en estas tierras de difícil colonización. Aislados cada uno de los elementos, no hubieran reflejado por sí solos la conjunción de esfuerzos que significó la consolidación de Saltillo. Sola, ninguna de las cuatro figuras representa la profundidad del trascendente acto. Si alguna de las cuatro faltara, también el acto perdería sentido.
Se acertó con el diseño en tres planos de la plaza, donde se levanta en uno de sus extremos el monumento. Los planos representan los desniveles del valle, sus mesetas. El Ojo de Agua está ya representado en el monumento.
La plaza y el monumento reconciliaron la memoria hispana y la memoria indígena en 1991. Monumento y plaza, encarnan el crisol donde se dio el ceñido mestizaje del que surgió el Saltillo reciente. La escena se completa al fondo de la calle de Victoria, al poniente, con la impasible presencia de la mole del “Cerro del Pueblo”, del pueblo de Tlaxcala”. (El Heraldo de Saltillo, con información del libro “Breve historia de Saltillo”/ Fotografías José Torres)