LA TENTACIÓN DE HABLAR MÁS DE LO DEBIDO

Cuentan que Sócrates decía: “Las mentes grandes hablaban de ideas, las mentes medianas, hablaban de situaciones, y las mentes pequeñas, hablaban de personas”. Sería de gran provecho detenerse un poco y reflexionar sobre los temas de los que comúnmente se habla, con quién y que tanto se comparte. No es raro que, para sentirse parte de una conversación, hacerse notar, ser visto y mostrar que se sabe, se hable más de la cuenta y de lo prudentemente permitido. Es muy difícil entender que no es el que más habla el que tiene el control, sino el que mejor administra el silencio. Es un error creer que la autoridad se demuestra con hablar mucho, cuando en realidad se demuestra con el dominio sobre uno mismo, como decía Alejandro Magno, y ¿Qué mayor dominio que el dominio de la propia lengua?

Aprender a callar y hablar cuando es oportuno, es una estrategia tan importante en la vida, tanto en el trabajo, en los negocios, política, relaciones humanas, y sobre todo en el amor, (que tanta falta hace en nuestro tiempo, y que se añora con toda el alma). Saber administrar el silencio no es mutismo ni timidez; ya que hablar sin medida, y no saber callarse cuando es necesario, dar la opinión, sobre todo, decir demasiado, expone a revelar más de lo que se debe. Ciertamente para Erasmo de Rotterdam, un sabio era desagradable, pues con su mutismo fúnebre o con sus preguntas “agudas” avinagraban las reuniones, demostrando que el silencio incomoda, y que, para evitar este vacío, la gente habla sin pensar ni analizar cada palabra antes de soltarla.

No se tiene que decir todo lo que se piensa, las palabras son costosas cuando se usan sin medida pues exponen pensamientos, intenciones, debilidades. Un silencio bien colocado puede lograr más que un excelente discurso; no se trata de mentir ni de engañar, sino de comprender que no siempre será necesario hablar ni siquiera para justificarse. En la Biblia se nos dice: “En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, más el que refrena sus labios es prudente”. (Proverbios 10,19). El que mucho habla se hunde por sus propias palabras, pues su impaciencia lo precipita y delata. Aquí entra la astucia, pues no es conveniente tampoco hablar con medias tintas, pues esto también se puede volver en contra, en este caso es mejor no decir nada.

El conocimiento y la información son un tesoro que se debe administrar, el que lo sabe controlar, controla la situación. Comúnmente se olvida que el conocimiento pierde su valor cuando se derrocha con palabras innecesarias; y la información es como el dinero que tienes en tu cuenta bancaria, al caer en la tentación de hablar más de lo debido, es como si compartieras tu número secreto a cualquiera. Los más astutos de este mundo saben que la información es la base del dominio, y en este mundo selvático, la guerra no es de bombas ni de balas, es sobre todo de conocimiento, por eso Dios nunca pierde, pues nadie conoce más que él. La boca se suelta porque se tiene necesidad de validación de los demás, esto lleva a actuar impulsivamente, y cometer el error fatal de informar de más. Una palabra dicha, ya no puede ser retirada.

El libro de los Proverbios, en el capítulo diecisiete versículos veintiocho, también dice: “Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio, cuando cierra los labios, por prudente”. Escucha atentamente a tu interlocutor, no sean impaciente al responder, date tiempo para analizar, la conversación es como un juego de ajedrez, en el que cada palabra es una pieza que se tiene que pensar antes de moverla. Esta lección es fatigosa aprenderla, pero muy útil vivirla.

 

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El Heraldo de Saltillo
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