Hace algunas semanas me encontraba en una reunión, la plática estaba muy interesante y amena, hasta que una de las personas desvió la conversación de manera drástica e inició un apasionado discurso sobre lo mal que la trataban sus hijos, se escuchaba claramente que su descendencia se comportaba como tiranos, crueles, en ese momento se le quebró la voz e inmediatamente se convirtió en una víctima, me dio la impresión que estaba empeñada en que expresáramos palabras para compadecerla, a causa del sufrimiento, que le provocaba tal situación en esos momentos. Me sentí mal al escuchar ese discurso, lo que me llevó a recapacitar hasta dónde somos nosotros los que provocamos ese tipo de situaciones.
En ese escenario lo único que se me ocurrió preguntarle fue: ¿Qué haces para evitar esa situación? Nunca respondió, pero otra persona le contestó que eso no era nada, que su marido la trataba peor y lanzó una larga lista de ejemplos. La reunión tomó otro sentido, se convirtió en el muro de los lamentos, en una competencia de quejas, se empeñaban en demostrar quién sufría más, esto me llevó a reflexionar ¿Qué es más fácil? ¿hacernos las víctimas? para que todos nos vean como pobres seres que sufren o tomar las riendas de la situación y buscar alternativas de solución.
No cabe duda de que quejarnos constantemente es expresar malestar, o también se hace con la intención de criticar algún evento o persona, porque se tiene la idea de que eso que sucede no es normal para nosotros, no es como lo deseamos. Cuando las cosas no suceden acorde con nuestras expectativas, ya sea lo imaginemos o anhelamos, y en la realidad sucede de otra forma, inmediatamente tomamos el papel de víctima, lo peligroso sucede cuando la queja es constante en nuestra vida nos convertimos en una persona quejumbrosa.
Las personas quejumbrosas tienen como intensión principal expresar su dolor, pena y sentimiento o manifestar su disgusto e inconformidad ante una situación, mire usted, según la religión católica afirma que quejarse es una demostración de descontento hacia Dios, considero que algunas personas se quejan para buscar validación, liberar tensión o simplemente desahogarse para transmitir su malestar emocional. Estar constantemente en el desazón o el malestar nos lleva a tener un estilo de vida negativo, pesimista, debido a que permanece dentro de nosotros un constante sentimiento de malestar, porque nos concebimos dañados o frustrados.
Cuando este sentimiento es frecuente se convierte en una acción para buscar la compasión de los demás y para tener su atención, esto nos hace sentir bien. Por ende, las personas quejumbrosas suelen resistirse al cambio. Las consecuencias son: genera estrés, emociones negativas, insatisfacción y desgaste emocional, físicamente cuando estamos en esa frecuencia liberamos cortisol, que es la hormona del estrés, afectando la energía. No comprendemos que quejarse empeora la situación, si estamos en constante queja la vida nos dará más cosas para quejarnos, es un hecho que quejarse no la mejora sino al contrario.
El Dalai Lama aconseja: “Deja ir a personas que sólo llegan para compartir quejas, problemas, historias desastrosas, miedo y juicio de los demás. Si alguien busca un cubo para echar basura, que no sea tu mente”. Debido a que los quejumbrosos tienen como objetivo que todo cambie, nunca ellos. Le aseguro que no quejarse mejorará considerablemente su estado de ánimo, sus relaciones interpersonales, tendrá ideas y emociones positivas, además el organismo producirá hormonas de la felicidad como las endorfinas, serotoninas, dopaminas y oxitocinas. Por eso le aconsejo dejar la queja y actuar para cambiar.
Autor
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Cursó la Licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública en la UNAM. Obtuvo el Grado de Maestra en Psicología Social de Grupos e Instituciones por la UAM-Xochimilco y el Doctorado en Planeación y Liderazgo Educativo en la Universidad Autónoma del Noreste. Cuenta con la Especialidad en Formación de Educadores de Adultos por la UPN; y con los siguientes diplomados: en Calidad Total en el Servicio Público, Análisis Politológico, y en Administración Municipal en la UNAM, entre otros.
Ha desempeñado diferentes cargos públicos a nivel Federal, Estatal y Municipal e impartido cursos de capacitación para funcionarios públicos, maestros, ejidatarios en el área de Administración Pública y Educación. Catedrática en la UNAM, UA de C, UVM, La Salle y en la UAAAN. Asesora y sinodal en exámenes profesionales en el nivel licenciatura, maestría y doctorado. Ha publicado varios artículos en el área de administración pública y educación en diferentes revistas especializadas, ha asistido a diferentes Congresos a nivel nacional e internacional como ponente en el área de Administración Pública y Educación, coautora en dos libros. Autora del libro Islas de Tierra firme.
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