Más que nunca, México merece y necesita políticas públicas en seguridad, de largo aliento y visión de Estado; con el consenso de las partes de la federación, presupuesto suficiente, un diseño multidimensional que atienda las causas, énfasis en los derechos humanos y evaluación por órganos autónomos.
Teuchitlán es el nuevo campo de batalla de las narrativas. En medio de la tragedia, Morena y sus pregoneros luchan por evitar que las autoridades emanadas de su partido sean señaladas como responsables de la crisis de inseguridad que vive el país.
Igual minimizan, descalifican o culpan a otros. Un ejército de bots y polemistas son los encargados de ejecutar la estrategia. “Un empate sabe a gloria”, dijo en San Lazaro un militante del partido oficial antes de subir a la tribuna y recetarnos los infaltables mantras: “Es un honor estar con Obrador” y “Es un honor estar con Claudia hoy”.
En el contexto y la historia podemos encontrar la explicación de lo que nos sucede. Enlisto: 1. Somos vecinos de la economía más grande del mundo, la que además se caracteriza por el alto consumo de todo tipo de productos legales e ilegales; 2. El tratado de comercio intensificó de manera exponencial el intercambio de mercancías entre las naciones y, con ello, la facilidad para introducir droga en el país del norte y armas en el nuestro; 3. La caída del viejo y corporativo régimen, con sus peculiares sistemas de inteligencia y control, no fue sustituido por otro con instituciones modernas y eficaces en materia de seguridad; 4. La democracia no se acompañó de políticos confiables y de carrera, tampoco de una burocracia especializada, bien remunerada y con estabilidad laboral; 5. No hay suficiente masa de inteligencia en el tema. Es fácil encontrar que charlatanes y novatos reciben la responsabilidad de conducir un estado o una institución de seguridad.
A lo anterior hay que sumar el desmantelamiento de las capacidades de los estados, centralismo presupuestal, nula evaluación, polarización de la vida nacional y cambios continuos en las estrategias.
López Obrador vino con la propuesta de “abrazos y no balazos” y culpó a un lejano Felipe Calderón de la violencia. Ahora, como en los tiempos del panista, la Presidencia presume operativos, enfrentamientos y capturas.
La tragedia de Teuchitlán tiene que salir de la lógica de la polarización. Las instituciones y los actores políticos tienen la oportunidad de enfrentar con altura de miras la resolución del caso; castigar a los culpables, identificar a las víctimas y ganar la experiencia necesaria para construir la no repetición y las políticas que nos regresen la paz.
Por lo pronto, la nueva administración omitió presentar la Estrategia Nacional de Seguridad Pública al senado, y por otro lado, un estudio de Causa en Común nos demuestra que frente a la supuesta baja en los homicidios, las desapariciones crecen.
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