Trump, el mercantilista
Ningún estadista, líder empresarial o dirigente de algún organismo internacional ha logrado convencer a Donald Trump para que actúe contra ese pensamiento mercantilista que lo domina.
El mercantilismo surgió en el período colonial, por lo que en la actualidad es una corriente obsoleta e incluso peligrosa en la economía moderna. Los beneficios de la globalización y el libre comercio debieron borrar las huellas de ese desventurado pasado.
Para los antiguos mercantilistas, todo era poder, dinero y una balanza comercial superavitaria. No concebían que se puede crear riqueza mediante la cooperación y el intercambio. Se trataba de prosperar a expensas del empobrecimiento de otras naciones.
El Trump mercantilista utiliza los aranceles para ejercer su dominio, tenga o no razones económicas y comerciales suficientes. Es una obsesión que se dice traerá a las multinacionales de regreso a Estados Unidos.
Sería ingenuo creer que las decisiones o los amagues del presidente estadounidense no están soportados por cálculos razonados. Es obvio que estimó las consecuencias, al menos de la mayoría de ellas.
Pensemos en la industria automotriz. México tiene un superávit considerable con Estados Unidos en este sector. Quizá haya razones de peso para juzgar que un arancel del 25 % sobre las importaciones automotrices restauraría la competitividad que ese país ha perdido a lo largo de los años, especialmente debido a sus altos costos de producción.
Sin embargo, en un contexto de libre mercado, estas intromisiones también pueden ser precipitadas e irracionales, con daños para las economías, incluyendo la de su país. Este neomercantilismo, desplegado en forma de cruzada arancelaria, no parece del todo razonable.
Pongamos ahora la imposición de aranceles a las importaciones de acero y aluminio desde México. Se argumentó que China y Rusia aprovechan como trampolín a nuestro país para introducir sus productos a Estados Unidos. No obstante, las autoridades mexicanas demostraron que México en realidad tiene un déficit en su balanza comercial con su vecino del norte en estos bienes.
En medio de una desaceleración económica, particularmente en la construcción, las nuevas tarifas arancelarias al acero y aluminio impuestas por la administración Trump, aun con cierta triangulación de productos rusos y chinos, podrían desequilibrar las economías mexicana y estadounidense.
Parece entonces que los criterios en los que Trump se basó para imponer estos aranceles tienen una carga política. Son utilizados para buscar otros fines distintos a los económicos. También puede tratarse de un intento para sobreproteger algunas ineficiencias de la industria siderúrgica norteamericana. Esto se corroboraría si el gobierno mexicano logra probar que dichos aranceles no se justifican bajo los estándares del libre comercio.
En ambos casos, las fluctuaciones en los precios, en oposición a lo que dicta el mercado, pueden afectar a varias industrias, incluida la construcción.
Desafortunadamente, nadie se atreve a desafiar a Donald Trump y demostrarle que el mercantilismo es obsoleto para crear prosperidad.
La OMC y las grandes potencias, salvo China, en silencio. Rusia está más interesada en Ucrania que en la economía global. Europa, agazapada. Japón y Corea del Sur, expectantes. Brasil y México, potencias siderúrgicas y automotrices de América Latina, al ritmo de Trump. Argentina y El Salvador, condescendientes.
Trump, por otro lado, utiliza todo el poder del imperio para lograr sus fines, como lo sugerían los mercantilistas.
¿Quién será el nuevo Adam Smith que traiga de vuelta el liberalismo?
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