Las imágenes de tres niños asesinados circulan en las redes. Fueron torturados y, a uno de ellos, le cortaron las manos. Sucedió en Guerrero. Dos cursaban secundaria y el otro, primaria. Sobre una cama, los cuerpos de un menor y sus padres. Los ejecutaron; murieron juntos en una humilde vivienda de Tabasco.
Las escenas se repiten en una buena parte del territorio del país. Los gobernadores de las entidades en crisis callan y, en el mejor de los casos, repiten la cantaleta de “atender las causas”, una muleta que nos heredó el gobierno anterior y que se traduce en culpar a los pobres de la violencia.
La actitud del nuevo gobierno federal ha cambiado, y no lo podemos negar. En cuando menos tres rubros, las cosas son distintas. Primero, hoy se realizan acciones contra el crimen y se difunden resultados, por cierto, algunos no muy confiables; segundo, la estrategia incluye a los gobernadores; y tercero, se pone sobre la mesa una nueva legislación que promueve la coordinación y la inteligencia.
Las buenas intenciones se enfrentan a varios inconvenientes, por ejemplo: no hay un plan integral de paz, los municipios no tienen recursos, la mayor parte de los gobernadores no muestran intenciones de cooperar, algunos son tan reticentes que despiertan sospechas, tampoco se promueve la participación de la sociedad civil y hay opacidad en las mediciones, en particular sobre los homicidios.
Cualquiera puede volar por los aires al pisar una mina en estados como Michoacán o Tamaulipas. Las imágenes de bombardeos con drones son similares a las que nos llegan desde Ucrania. Lo niegan, pero eso es terrorismo.
Dicen que la televisión cambio el rumbo de la guerra de Vietnam: las escenas de los muertos en un aparato colocado en la sala de las casas de las familias americanas conmocionaron a la opinión pública. Acá ya nos acostumbramos.
Hay un fenómeno parecido al de las gacelas, que, después del ataque de los leones, regresan a pastar a unos metros del lugar donde la fiera devora su víctima. Es una especie de aceptación de los farios y el consuelo de que “es entre ellos”. En la realidad, las cosas son distintas: miles de comerciantes e industriales pagan piso y cientos de municipios son obligados a trasladar presupuestos a las bandas delictivas.
En los pocos lugares donde, en los últimos años, se recuperó o mantuvo la paz, hay tres factores que se repiten: uno, la aceptación del estado de crisis; dos, gobernadores decididos a combatir el crimen y a coordinarse con otras autoridades; y tres, una sociedad con valores y disposición a participar en el proceso de paz.
Harfuch va al fracaso mientras no corran a dos o tres gobernadores indolentes y, con ello, se ponga un buen ejemplo que evite las complicidades consientes o inconscientes.
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