«Hace más el que quiere…»
Desde pequeña, me gustaba ver a mi mamá y mi abuela preparando ollas y ollas de tamales. Era común disfrutarlos en la cena de navidad o la levantada. Mi abuela tomaba una hoja con una mano y, con la otra, embarraba la masa para después rellenarlos. Yo intentaba, pero no me salía tan bien, ni tan rápido. De repente, parecía que sí y dos hojas después, batallaba horrores. Alcanzando a ver mi frustración mi abuela decía «hace más el que quiere, que el que puede», dándome a entender, que mi voluntad de ayudar y estar ahí, era mejor que saber pero no ayudarles.
Este refrán, aunque muy valioso, quizá no sea tan cierto tratándose de salud mental. Es cierto que el paciente debe tener esa voluntad de salir adelante, pero en ocasiones el esfuerzo por mantener la funcionalidad es tan grande, que no queda energía para nada más. Lo peor es cuando no nos damos cuenta o ignoramos las señales a propósito, creyendo que se trata de algún malestar pasajero.
Primero, debemos entender que la salud mental es mucho más que la ausencia de los trastornos mentales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) «es un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad.»
Además, existen factores individuales y sociales que pueden contribuir como una protección o bien, conformar un riesgo de afecciones mentales. Entre los factores de protección encontramos las interacciones sociales positivas, trabajo decente y educación de calidad, como factores sociales de riesgo se encuentran la pobreza, violencia, desigualdad social entre otras. Estos factores resultan sumamente importantes a considerar para la atención a la salud mental, por ejemplo, según la OMS, en el 2021 el 73% de los suicidios alrededor del mundo, ocurrieron en países de ingresos bajos y medianos.
Cómo podemos observar, se requiere más que buena voluntad para mantener un estado de bienestar óptimo que nos permita gozar de buena salud mental, ya que los factores de riesgo se presentan en mayor o menor medida a lo largo de toda nuestra vida y es indispensable contar con herramientas que nos permitan afrontar de una mejor manera las situaciones adversas que pudieran presentarse.
Sin embargo, los estigmas sociales y la propia desconexión de nuestro estado emocional, permiten que pasemos por alto o normalicemos las advertencias que nuestro cuerpo nos envía.
En la edad escolar, presentaba mareos constantemente, afecciones estomacales e intestinales, dolores de cabeza o articulares sin razón aparente, insomnio y periodos menstruales extremadamente dolorosos. Hoy sé que todos estos síntomas se relacionan con el sometimiento constante a altos niveles de estrés, y en mi caso muy particular, a la ansiedad.
Saber escuchar nuestras emociones y nuestro cuerpo requiere un ejercicio de consciencia que resulta difícil sostener en un medio de vida tan ajetreado como el actual. El sistema capitalista nos ha enseñado que «el tiempo es dinero» y que quienes no producen o no traducen su producción en bienes materiales, están desaprovechando el tiempo y recursos invertidos en ellos. Somos una sociedad altamente volcada hacia el exterior y muy raras veces, o ninguna, echamos una mirada al interior, lo cual, es indispensable para realizar un escaneo de nuestro estado de bienestar mental.
Por esto, identificar nuestras emociones y conectar con ellas sin juzgarlas, desde una mirada validante y compasiva, puede ser el primer paso a desarrollar una mejor conexión con nosotros mismos, pero, tratándose de temas de salud, no bastan los esfuerzos individuales, es necesario que las instituciones y gobiernos se sumen para prevenir los riesgos a la salud mental.
Como diría mi abuela «hace más el que quiere, que el que puede» por lo que sí es importante tomar la salud mental en nuestras manos, pero entender que este es un problema que afecta a toda la población e influyen muchos factores, por lo que está bien si no podemos solos, y que en este caso, una mirada profesional y la guía de un experto como un psicólogo clínico o psiquiatra puede hacer una enorme diferencia.
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