EL PODER DE LOS ALGORITMOS

En el pasado eras lo que tenías,

ahora eres lo que compartes

Godfried Boogaard

Algunos cientos de artículos atrás hablé sobre uno de los sentimientos más invasivos, omnipresentes y, paradójicamente, imprecisos de la vida moderna, especialmente a partir de la aparición de internet, marcadamente de las redes sociales: la angustia.

Fiel a mi creencia de que podemos obtener, sentimentalmente, oro de todo plomo, señalaba que lo positivo de la angustia es que nos impele a movernos, a buscar un nuevo trabajo, romper una relación, o dejar de consumir, física y mentalmente, aquello que nos perturba.

En las disciplinas de la mente hay diversas versiones sobre la angustia y su diferencia con la ansiedad y la de esta respecto del estrés. Para todos, este último es el precursor, para algunos la angustia y la ansiedad son básicamente lo mismo; para otros la primera es temor al futuro y la segunda a algo presente, en ambos casos sin causa precisa, “miedo a todo y a nada”, como decía Jaime Sabines en su poema Los amorosos; unos más piensan que la ansiedad es la afección mental y la angustia su manifestación física.

Esta última clasificación es a la que me adhiero, aunque con algunos matices: la ansiedad tiene síntomas físicos diversos: una gran agitación interna, con tics nerviosos, temblores y taquicardia, entre otros; la angustia, su fase insoportable, involucra además opresión en el pecho, sensación de asfixia, náuseas y mareos.

Particularmente, lo que sentimos como un dolor en el corazón es lo que podemos definir como angustiante por antonomasia, por algo sus sinónimos son aflicción, congoja, pesadumbre, desconsuelo, pesar. La ansiedad, cuando no se ha convertido todavía en angustia, puede consistir únicamente en un estado de inquietud generalizada, funcional si lo atendemos en cuanto lo detectamos; trastorno si lo prolongamos hasta colapsar.

Ambas, ansiedad y angustia, pueden llegar a ser paralizantes, pero la segunda es especialmente desesperante. Provienen, como ya comenté, del estrés, que no es otra cosa que la respuesta a alguna circunstancia perturbadora y debería cesar junto con ésta, pero… es aquí donde entra participa activamente nuestra imaginación, creando los peores escenarios posibles, para que sepamos a qué podríamos enfrentarnos y estar preparados para ello.

Sin embargo, nosotros, que no estamos entrenados para desactivar el miedo, le creemos y reaccionamos emocionalmente como si lo peor ya estuviera sucediendo, entramos en ansiedad y ahí podemos continuar un buen tiempo, hasta que finalmente se desata la angustia. Si no nos damos cuenta de todo este proceso, y de lo adictivo que se vuelve, nos instalaremos en la más oscura de las zonas de confort que un ser humano puede crear.

La única manera de salir del trastorno y de retornar estrés, ansiedad y angustia a su función de mecanismos de defensa y adaptación, depende de que los comprendamos y los identifiquemos claramente en nosotros mismos, porque no existe un solo ser humano que no los experimente; si es con la ayuda de un psicoterapeuta mejor, aunque recomiendo aquellos que conocen técnicas corporales y transpersonales, como la meditación, porque tomar medicamentos no resuelve el problema, solo lo cubre e, incluso, puede empeorarlo generando una dependencia.

Ahora, ¿por qué se han vuelto hoy tan importantes en el panorama de las ciencias modernas de la mente? Porque todos los días estamos alimentándolas a través de las redes sociales, en un bucle interminable creado por los famosos algoritmos.

Hay redes sociales que al conocer las cosas por las que los consumidores sienten curiosidad, inclinación, morbo o simple interés proporcionan no solo más de lo mismo, sino lo peor que pueden elegir, porque, en esa plataforma en particular, el odio, el resentimiento, la indignación, el insulto y el escarnio venden más; otras son más constructivas; algunas más mezclan ambas posturas, pero ninguna se salva de darle, mientras usted está absorto en ellas, un material que detonará estrés, ansiedad y angustia, a veces justo cuando más se divierte.

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Autor

El Heraldo de Saltillo
El Heraldo de Saltillo