La obediencia del empresariado mexicano
Hemos pasado de la preponderancia del capital mexicano a la preeminencia de un partido político. Atrás han quedado los días del capital nacional como efectivo contrapeso informal, como vigilante de prácticas fiscales prudentes, como cuasi aval de la democracia constitucional mexicana. Hoy vemos, en cambio, su obediencia a los dictados de políticas profundamente autoritarias, con un pronóstico fatal claro.
Siempre ha existido una tensa relación entre capital y Estado. El primero detesta las fronteras y tiende a ver solamente individuos, mientras que el segundo necesita demarcaciones y ve su razón de ser en la comunidad nacional. En los últimos cien años ha habido tres eras en ese sentido: de los 1930’s a los 1970’s, donde el Estado tenía un papel preponderante; de los 1970’s a los 2020’s, donde el capital y la desregulación fueron los ejes centrales; y la presente década, donde nuevamente el Estado ha tomado el centro del escenario con políticas industriales en un contexto de crecientes tensiones geopolíticas. Sin embargo, el capital ha asumido un papel de obediencia, miedoso ante un Estado crecientemente autoritario.
En México, nadie representa mejor esa obediencia que Francisco Cervantes, presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE). No tiene credenciales empresariales y comenzó su carrera bajo el Grupo Atlacomulco. Rápidamente se amoldó al presidente López Obrador y hoy, nuevamente, lo hace con la presidenta Sheinbaum. Ha emitido tibios comunicados institucionales criticando la reforma judicial; en distintos foros, le han sobrado porras para la reforma. Debía dejar la presidencia del CCE este próximo marzo pero extendió su mandato, a pesar de ir en contra de los estatutos mismos. De los siete organismos asociados al Consejo, solo dos votaron en contra: Coparmex y el Consejo Nacional Agropecuario. De esperarse, ya que estos últimos han sido los únicos que han sido constantes en sus críticas a las reformas.
Los grandes empresarios acabaron siendo tigres de papel, un insignificante contrapeso informal. Sin embargo, la historia nos indica que no nos debemos dar por sorprendidos, ya que al gran capital no le importa el estado de derecho, peor aún la democracia. Lo que ellos desean se resume en una palabra: certidumbre. Y la certidumbre solo brota de las leyes en una democracia constitucional (Estados Unidos), o del poder político en un régimen autocrático (China). El gran problema para el empresariado mexicano es que México ha dejado de ser una democracia constitucional ante la destrucción del poder judicial. Su otro gran problema es que no habrá un régimen autocrático en México como en el pasado: lo que se asoma con Morena es un régimen híbrido, en donde impera, precisamente, la incertidumbre.
Ni el PRI de antaño se atrevió a tanto. Coparmex, y los pequeños y medianos empresarios, son los únicos que alcanzan a ver lo que viene. Y nada reflejará mejor esa incertidumbre perene que las próximas elecciones, esas donde la maquinaria morenista elegirá a jueces, magistrados y ministros.
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Autor
- Licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en estudios internacionales, y en administración pública y política pública, por el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Ha publicado diversos artículos en Reforma y La Crónica de Hoy, y actualmente escribe una columna semanal en los principales diarios de distintos estados del país. Su trayectoria profesional se ha centrado en campañas políticas. Amante de la historia y fiel creyente en el debate público.
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