OPINIÓN

GEOPOLÍTICA INTERNACIONAL

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28 enero, 2025

Ghazza al-Shahida

Gaza la Mártir, nombre que honra a los que han muerto o han sufrido por la liberación Palestina. Tras la derrota de Hezbolá (perpetrada por Israel de una manera absolutamente inaudita; con un mensaje sincronizado a beepers o localizadores que contenían hasta 57 gramos de explosivos dirigidos a 3 mil miembros de esa organización), el 17 y el 18 de septiembre de 2024, cae Bashar al Asad el 8 de diciembre del mismo año.

Pero lo que pocos recuerdan que el pontífice implacable de la elegancia y de La Audacia de la Esperanza (así se llamó su libro), el abogado Barak Obama había secretamente organizado la operación Timber Sycamore para derrocar el régimen de Bashar al Asad desde hace más de 10 años.

¿La razón? El petróleo de Siria, (antes producía 390 mil barriles diarios de petróleo y ahora solamente 40 mil según datos del Middle East Monitor), porque Estados Unidos está controlando el 90 por ciento de los yacimientos para “impedir que el gobierno sirio obtenga los ingresos necesarios para la reconstrucción”.

Así que Israel toma el territorio Palestino (Especialmente los apocalípticos Altos del Golán), tras la derrota a Hezbolá bajo el amparo estadounidense, mientras Estados Unidos toma el petróleo de Siria y se llena los bolsillos. El mismo Donald John ya había reconocido desde el 2020: “Dejé tropas para tomar el petróleo. Me llevé el petróleo. Las únicas tropas que tengo (en Siria) se están llevando el petróleo.”

La situación fue bien descrita por el economista de la Universidad de Nueva York Jeffrey D. Sachs: “La historia es sencilla. En flagrante violación del derecho internacional, el Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y sus ministros reivindican el derecho a gobernar a siete millones de árabes palestinos”.

“Cuando la ocupación israelí de tierras palestinas conduce a una resistencia militante, Israel califica a esa resistencia de ‘terrorismo’ y llama a Estados Unidos a derrocar a los gobiernos de Oriente Medio que apoyan a los ‘terroristas’. Estados Unidos, bajo la influencia del lobby israelí, va a la guerra en nombre de Israel.”

Así que el 26 de noviembre del año pasado Israel anuncia el alto al fuego con la milicia chiíta-libanesa Hezbolá. Acto seguido Biden, desde los bellos jardines de la Casa Blanca, confirmaba el acuerdo mediado por Estados Unidos y Francia, celebrando los acuerdos de paz, después de casi 50 mil muertos (cada quien da sus cifras), y 1.2 millones de seres humanos desplazados en el Líbano y en la franja de Gaza.

La franja de Gaza tiene 41 kilómetros de largo, de 6 a 12 kilómetros de ancho, y un área total de 363 kilómetros cuadrados a lo largo del Mar Mediterráneo, al noreste de la Península del Sinaí. Ahí viven 2 millones de palestinos. Su único pecado fue haber nacido en ese lugar. Las imágenes llenan los periódicos digitales y las pantallas, miles de palestinos recorriendo el corredor de Netzarim (una carretera que atraviesa Gaza de este a oeste creada por Israel para dividir el territorio durante la guerra. Miles de los desplazados Palestinos caminan de regreso al norte, a pie, llevando algunas pertenencias y a sus hijos en la espalda.

El regreso es difícil, de acuerdo con información de la prensa, el 90 por ciento de los edificios de la zona han sido destruidos (como dicen una y otra vez a la menor provocación los pesudo-periodistas: “prácticamente” el 100 porciento está en ruinas).

¿Y qué del sufrimiento israelí? ¿Y qué de los rehenes que mantuvo Hezbolá en su poder? Eso tendría que analizarse bajo la lupa de las encuestas de popularidad del primer ministro israelí (todavía recordamos cómo blandía su mapa ante la ONU con la línea del bien y del mal) al interior de su país.

Tácito, el historiador romano decía: “A saquear, a masacrar, a usurpar bajo falsos títulos, lo llaman imperio; y donde hacen un desierto, lo llaman paz.”