La manipulación es el camino de los débiles e inseguros
Shannon L. Alder
Invariablemente, todos manipulamos y somos manipulados en tanto no tenemos claros los motivos de nuestras acciones, no hemos sanado heridas, no expiamos remordimientos, guardamos secretos, no purgamos culpas y vergüenzas tóxicas, no construimos una buena autoimagen, no gestionamos correctamente las emociones, le creemos todo al miedo, no toleramos la inseguridad y la incertidumbre, no desarrollamos habilidades como la calma y el autodominio, no reconocemos la ignorancia, propia y ajena, no adquirimos la inclinación a informarnos, nos alineamos con nuestra primera reacción, nos aferramos a sentimientos insanos, como la envidia, el odio y el resentimiento, el trío infernal, y, lo más importante, no desarrollamos un pensamiento crítico, una visión escéptica. Ojo, que esa costumbre que tenemos los mexicanos de quejarnos de todo no es criticismo, sino amargura y una justificación para no hacer lo que debemos o hacer lo que no debemos, como personas y ciudadanos.
Si usted está a salvo de cualquiera de estas situaciones, lo o la felicito, no es susceptible de manipulación, ni de ida ni de vuelta. Pero no conozco a nadie que lo esté. Todos nos manipulamos todo el tiempo, comenzando por las personas más cercanas, es decir, la familia. El requisito para que la manipulación sea totalmente eficaz es no darnos cuenta.
El manipulador consciente, sea o no perverso, es la excepción. Por supuesto que existe, generalmente en las altas esferas de la economía y la política. No olvidemos, sin embargo, a personajes clásicos de la vida cotidiana como el estafador y el seductor.
Pero incluso quienes están conscientes de la manera en que manipulan las debilidades de los demás, deben autoengañarse para creer que tienen una justificación sumamente poderosa, desde la simple venganza o compensación ante las injusticias de la vida, hasta el bien del otro, como la familia o el país mismo, pues quien no se autoengaña a la perfección, parcial o totalmente, no engaña a nadie.
Quien manipula a otros está, a su vez, por necesidad, siendo manipulado, y si llegara a darse cuenta en su fuero interno de la manipulación que ejerce, no lo hará de aquella a la que es sometido. Por ejemplo, quien necesita que otros le mientan para sentirse tranquilo, que le digan lo que quiere oír, que se comporten de manera que lo hagan percibirse como superior a ellos o ellas, está definitivamente siendo manipulado, pero no lo sabe, de lo contrario no aceptaría tales conductas como adhesiones sinceras, leales y/o protectoras.
Así pues, y desafortunadamente, manipular es la forma predominante para satisfacer nuestras necesidades. Lo hacemos en casa, en el trabajo, en nuestras relaciones sociales, entre iguales, entre autoridades y subordinados y entre gobernantes y gobernados.
Algunos son burda y fácilmente manipulados, otros difícil y sutilmente. Nuestra forma de manipular es aquella en que seremos manipulados. Ahora bien, en el mundo moderno la manipulación ha escalado, se desarrolla en dimensiones antes impensables gracias a internet. Las redes sociales son el principal escenario.
Está sucediendo lo que Ray Bradbury describió en Fahrenheit 451, novela de ciencia ficción publicada en 1953: “Llénalos de noticias incombustibles. Sentirán que la información los ahoga, pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una sensación de movimiento sin moverse”.
Mientras más seguros nos sentimos de quienes somos, de la veracidad de lo que creemos, de lo que queremos y de la solidez de nuestro estatus, más manipulables y manipuladores somos, pues queremos mantener las condiciones imperantes; pero en el otro extremo, mientras más inseguros, más débiles nuestras convicciones, menos apremiantes nuestros deseos y más precaria nuestra posición, más nos prestamos a ser manipulados por quienes nos dan la falsa esperanza de un cambio.
Manipuladores y manipulados se necesitan entre sí, pero no son los primeros quienes tienen el poder, sino los segundos. Es más débil y dependiente siempre el que necesita el poder, que quien se lo otorga.
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