DESDE MI ESCRITORIO

José Mujica, un legado eterno

Con la serenidad que caracterizó cada una de sus decisiones, José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay y uno de los líderes más icónicos de América Latina, anunciaba este jueves que enfrenta los últimos días de su vida. A los 89 años, con el cáncer extendido por su cuerpo, Mujica declaró su voluntad de retirarse en paz, lejos del ruido y las especulaciones: “El guerrero tiene el derecho a su descanso”.

A un servidor, siempre me ha llamado la atención la historia de Mujica, su aparición en la escena mundial, en su “vocho”, dio la vuelta al mundo y en un tiempo, fue un líder que marcó pauta y también tendencia.

José Mujica, conocido como «el presidente más pobre del mundo», ha dejado una huella profunda en la historia de los líderes latinoamericanos. Su legado, marcado por decisiones políticas audaces y un estilo de vida austero, sigue siendo motivo de admiración y debate. Mujica donaba el 90% de su salario, renunció a la residencia oficial para vivir en la modesta granja de su esposa, y lideró iniciativas históricas como la legalización de la marihuana y el matrimonio igualitario en Uruguay.

Nacido el 20 de mayo de 1935 en Montevideo, Mujica creció en un hogar humilde que influiría profundamente en su visión del mundo. En los años 60, se unió al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, un grupo guerrillero que desafió las estructuras de poder en Uruguay. Su lucha lo llevó a enfrentar la represión de la dictadura militar, encarcelado durante 13 años, gran parte de ellos en condiciones infrahumanas.

En democracia, Mujica dejó las armas para abrazar la política como un camino de transformación social. En 2010, alcanzó la presidencia de Uruguay como representante del Frente Amplio, una coalición de izquierda que gobernó el país por 15 años.

Como presidente (2010-2015), Mujica rompió con los moldes tradicionales del poder. Rechazó el lujo del Palacio Presidencial para continuar viviendo en su modesta chacra, donó gran parte de su salario a proyectos sociales y mantuvo un estilo de vida austero que se volvió un mensaje en sí mismo. “No soy pobre, soy sobrio. Vivo con poco para que otros puedan vivir mejor”, decía.

La proyección internacional de Mujica se debe, en gran parte, a su postura crítica hacia las desigualdades del mundo contemporáneo.

Una gran parte de su popularidad viene a raíz de su imagen. El hecho de que vivía en una casa pequeña, no le importaba su apariencia, hizo que las personas le admiraran. Gran parte del 90% de su salario que donaba se destinaba a madres solteras.

Durante su presidencia, impulsó políticas que generaron debates intensos, como la legalización del aborto hasta las 12 semanas, del matrimonio igualitario y de la marihuana. Sin embargo, la venta regulada de marihuana en farmacias no se concretó en su mandato.

Mujica fue, ante todo, un hombre de ideas simples y profundas. Su filosofía, alejada de discursos grandilocuentes, resonaba con una autenticidad que no solo se percibía en sus palabras, sino que se reflejaba en la coherencia de sus acciones cotidianas.

En los últimos años, ya retirado de la política activa, se refugió en su hogar, rodeado de los silencios y los paisajes que siempre le dieron paz. Allí, junto a su esposa, la también histórica dirigente Lucía Topolansky, Mujica cultivaba la tierra, conversaba con los pocos visitantes que aceptaba recibir y dedicaba tiempo a reflexionar sobre los desafíos que enfrenta la humanidad.

La huella de Mujica se extiende más allá de Uruguay, enraizando profundamente en la historia reciente de América Latina. Sin embargo, lo que lo distinguió fue su capacidad para adaptarse a las complejidades de los nuevos tiempos, abrazando el diálogo y el pragmatismo sin traicionar sus principios.

Buen fin de semana, la frase: “Triunfar en la vida no es ganar, es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae”. José Mujica

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El Heraldo de Saltillo
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