Los políticos son quienes haciendo política aspiran al poder; “al poder como nexo para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder por el poder, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere”, señala Max Weber.
Toda empresa de dominación que requiere una administración continuada necesita, por una parte, la orientación de la actividad humana hacia la obediencia a quienes son los portadores del poder legítimo, y por otra, el poder de disposición de los bienes que sean para el empleo del poder físico.
Se puede hacer política como “político ocasional, como profesión secundaria o como profesión principal”. Políticos ocasionales lo somos todos al votar o realizar cualquier otra forma de manifestación de voluntad de género análogo.
Políticos semiprofesionales son quienes solo desempeñan estas actividades en caso de necesidad, sin vivir principalmente de ellas, ni en lo material ni en lo espiritual. Y los políticos profesionales, un equipo dedicado exclusivamente al servicio de la actividad.
La evolución del funcionario moderno, que se va convirtiendo en un conjunto de trabajadores intelectuales altamente especializados mediante una larga preparación y con un honor estamental muy desarrollado, ha permitido un grado de competencia más generalizado.
Simultáneamente con el ascenso del funcionariado profesional se opera también la evolución de los políticos dirigentes.
De igual forma se ha desarrollado la figura de funcionario de Partido. En todas las comunidades en las que se celebran elecciones periódicas para designar a los titulares del poder público, la empresa política es una empresa de interesados.
Esto significa que los primeramente interesados en la vida política, a través del Partido, convocan libremente a grupos de seguidores, se presentan como candidatos a las elecciones, reúnen los medios económicos necesarios y generan toda una estrategia de persuasión encaminada a ganarse los votos de la comunidad y así acceder al poder y su distribución.
Plutarco, el gran filósofo griego, dentro de sus “Consejos a los políticos para gobernar bien” señala: “El hombre que ha comenzado a ocuparse de los asuntos públicos por convicción y razonamiento, como la actividad más conveniente para él y la más hermosa, no se asusta ante ninguna circunstancia, ni cambia su intención.
Pues no hay que entrar en los asuntos públicos por negocio y por afán de lucro. Ni entrar en ella, como si, de repente, fuéramos asaltados por un ataque de pasión.
Los que, para entrar en la lucha política y la carrera hacia la gloria, componen un personaje como los actores para salir al escenario de teatro, es preciso que se arrepienten de su acción, ya que, o se hacen esclavos de aquellos sobre los que pretenden gobernar o chocan con aquellos que quieren agradar.
Los que se arrojan a la política como un pozo, por casualidad y sin reflexionar, se turban y se arrepienten, mientras que los que entran con tranquilidad en ella, como resultado de una preparación y reflexión, se ocupan con moderación de asuntos que no se enfadan por nada, ya que ellos tienen como meta de sus actos solo el bien y ninguna otra cosa.
Pues el intentar modular, al punto, el carácter y corregir la naturaleza de su pueblo, no es fácil ni seguro, sino que se necesita mucho tiempo y gran capacidad. Más, así como el vino, al principio es dominado por el carácter del que lo bebe, y poco a poco, atrapándolo, dulcemente y mezclándose con su sangre, modela su carácter y lo modifica, del mismo modo, el político, mientras disponga del liderazgo, conseguido con su reputación y la confianza pública, debe adaptarse al carácter del pueblo y tomarlo, como objeto de su esfuerzo, sabiendo con qué cosas el pueblo se complace y por cuáles se deja conducir de forma natural.”
José Vega Bautista
@Pepevegasicilia
josevega@nuestrarevista.com.mx
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