¡PASEN A VER AL MONSTRUO!

Intenta entender al ego, sin prisa por sacrificarlo

Osho

Me parece que todos tenemos claro que la arrogancia, la prepotencia, la soberbia, el odio, el resentimiento, la envidia, la codicia, la avaricia y cualquier otra de las que consideramos nuestras manifestaciones negativas son parte de eso a lo que llamamos ego, un artificio conceptual freudiano, todavía inacabado, para analizar la naturaleza de la psique y la conducta humanas.

El concepto ha ido cambiando con el tiempo, para bien y para mal, aclarando o enturbiando el acercamiento a nosotros mismos, desde la psicoterapia o desde la propia reflexión.

Identificar al ego con esa lista que le he proporcionado se convirtió en el paradigma dominante. Incluso se le ha llamado el monstruo de las mil cabezas. En su lucha moral por convertirse en la persona correcta, mejorar su vida, alcanzar sus metas, realizar sus sueños, el ser humano emprendió una batalla contra ese ingenio del mal que no le permite ser la mejor versión de sí mismo. Sin la menor claridad sobre lo que realmente es, se habla de combatirlo, derrotarlo, aplastarlo e incluso eliminarlo, creyendo que así solo quedarán nuestras partes buenas.

Esto es, por supuesto, una guerra fútil, tan imaginaria como el ego mismo. Usted no se gusta a sí mismo, porque para eso fue programado generación tras generación desde hace miles de años. Ya lo lleva en sus genes. Desde que el hombre se vio obligado a elaborar reglas sociales, llámense cánones morales o leyes, dividió, a veces con muy poca claridad, lo bueno de lo malo, lo deseable de lo indeseable, lo permisible de lo prohibido. Antes de Freud, se le atribuía la maldad intrínseca a los pecados capitales, antes de la religión, y desde la filosofía, al defecto de origen que posee cuerpo humano, con apetitos que arruinan nuestro potencial virtuoso.

Desde que nos constituimos en tribus, y según el contexto, hemos venido rechazado una parte de nosotros y exaltando otra, para pertenecer al colectivo, porque es la única manera de sobrevivir: con límites sociales que constantemente rebasamos, porque reprimimos, en lugar de comprender y dominar, una buena porción de nuestra naturaleza.

Debido a que en nuestro actual contexto la palabra ego es la que facilita la comprensión sobre las pasiones humanas, seguiremos utilizándola, aunque llevándola a la posmodernidad, porque nunca ha sido ni será un concepto fijo.

Así pues, lo que todavía no nos queda muy claro a todos, es que cualquiera de los sentimientos, actitudes y conductas negativas que le atribuimos al falsamente acusado ego provienen del miedo, otro gran desconocido y, por ello, el más estigmatizado aspecto de nuestra psique, que no es otra cosa que una serie de pensamientos y emociones primarias de desagrado, aversión y alarma, interactuando para tratar de protegernos, como individuos y como especie, en un proceso que genera ese sentimiento.  A partir de ello y que nosotros elaboramos como experiencias a nivel individual, trasladándolas al colectivo, para transmitirlas emocional, oral y genéticamente, a las nuevas generaciones, que moldearán a partir de  partir ellas su presente y futuro.

Pero esa es solo la mitad del ego, pues éste tiene la función de permitirnos coexistir con los demás de forma armónica, no solo a la defensiva. ¿Qué pasaría si creciéramos alejados del resto de nuestra especie?, pues ahí están esos personajes como Tarzán y Mogli, que no tenían ego, pero debieron desarrollarlo para ser entes sociales.

En esa lógica, el aprendizaje, el conocimiento, la disciplina, el esfuerzo, la amabilidad, generosidad y, en general, todo lo que consideramos positivo, también es parte de la estructura del ego, al que podríamos mirar analógicamente como un autómata al cual hay que saber programar. Tenemos también mucha literatura y cine advirtiéndonos lo que puede pasar si fracasamos en esa programación: tener ego no es el problema, sino que éste nos anule, de manera que creamos que somos él.

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Autor

El Heraldo de Saltillo
El Heraldo de Saltillo