¿Qué pasaría si,en este día, llegara a ti eso que tanto necesitas para alcanzar tu plenitud, tu realización o tu salvación? ¿Te sientes preparado para recibirla?
Existe un enemigo que, aunque no lo llegáramos a reconocer, nos impide que estemos abiertos a recibir todo aquello que deseamos o necesitamos en nuestra vida. Ese enemigo es: la soberbia.
En muchas ocasiones, la soberbia nos hace pensar que somos producto terminado, y que estamos más o menos medio escalón debajo de Dios, lo que nos hace creer, erróneamente, que no necesitamos de nadie, que somos invencibles…
En otras ocasiones, la misma soberbia nos hace pensar que somos muy pequeños, y que requerimos ser “humildes” para aceptar que no somos suficientes, que no somos merecedores, y nos cerramos a recibir, por miedo a no poder sostener lo que nos ofrecen… resultando de esa creencia, disfrazada de falsa humildad, un auto sabotaje que nos provoca dos cosas: o que no recibamos lo que queremos o que, por otra parte, perdamos lo que nos permitimos aceptar, por creer que somos muy pequeños.
La verdadera humildad nos permite aceptar, con objetividad y sabiduría, tanto nuestras limitaciones como nuestras fortalezas. Y no para que nos sintamos más o menos que nadie, sino para que tengamos claridad.
Claridad para reconocer en qué requerimos crecer y trabajar para fortalecernos, y también claridad para aceptar aquello en lo que somos grandes y podemos poner al servicio de los demás para generar una contribución.
Cuando nuestra mirada se encuentra teñida por el velo invisible de la soberbia, la vida se encarga de quitarlo y nos pone en nuestro lugar, en el lugar que nos corresponde, en el lugar de la objetividad, en nuestro punto de partida…
Puede enviar una situación, comúnmente llamada “una prueba”, que nos regresa a nuestro centro, para admitir, con toda humildad, que NO NACIMOS PARA ESTAR SOLOS, que necesitamos de los demás en una sana interdependencia, para poder crecer y para poder donarnos.
Tal vez podamos sobrevivir solos, pero recuerda que sobrevivir, NO ES VIVIR.
Necesitamos de los demás y coexistir, y tomar consciencia de que nuestras creencias, acciones y conductas nos afectan de la misma manera a nosotros y al entorno en el que vivimos, generando un impacto ya sea positivo o negativo.
Jesús, siendo Dios, llegó a este mundo como un bebé que no podría sobrevivir solo, para enseñarnos a no estar solos, a ser parte, a pedir ayuda, apoyo, y sobre todo, para aprender a RECIBIRLOS.
Si Él, siendo Dios de Dios y Señor de Todo lo creado, en algún momento llegó a necesitar de los demás para poder sobrevivir, y para realizar su misión, ¿qué nos hace pensar que todo lo tenemos que hacer solos?
En este día, me gustaría preguntarte: ¿Cuál es ese apoyo que has estado rechazando? O ¿a quién has estado dejando de lado por sentirte grande, todopoderoso, o por miedo a que te vean vulnerable?
¿No será, acaso, que a través de mostrarnos vulnerables, es como formamos los vínculos y lazos afectivos más fuertes?
Cuando podemos ser vulnerables sin que otro se aproveche de nuestra debilidad, o cuando con nuestra fortaleza no nos permitimos a nosotros mismos aprovechamos de la vulnerabilidad del otro, es cuando construimos relaciones que perduran en el tiempo y vivimos… realmente vivimos a través del amor. estableciendo el Cielo en la Tierra.
¿Qué sería eso que, si lo hicieras, te permitiría ser ese canal de amor que alumbre al mundo?
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