“Hay que ser…”
Siempre me han gustado las películas de Disney, cuando éramos niñas peleábamos entre nosotras por definir quién era cada princesa. Algo de cada una tenía su encanto, ya fuera el cuento en el que estaba basada la historia, el vestido, el príncipe, la aventura que vivía la princesa, las canciones de la película, etcétera.
En alguna ocasión en que mi abuela nos vio peleando por quién sería Pocahontas y quién sería Aurora La bella durmiente, mi abuela nos dijo “hay que ser, y también parecer” invitándonos a imitar aquellas cualidades que nos parecían admirables de cada una de las princesas.
A mi generación le tocó admirar princesas de cuento que desempeñaban roles tradicionales en la sociedad, afortunadamente, a mi hija le tocaron otro tipo de heroínas mujeres. Pero aún más afortunado que al día de hoy tengamos en portadas de revistas tan icónicas como Vogue a una mujer que decidió ir en contra del mandato social e incluso es al día de hoy un icono feminista en su país Francia. Me refiero a Giselle Pellicot, que, en este año, decidió que la vergüenza tenía que cambiar de bando y que no seríamos las víctimas si no los agresores quienes tuvieran que esconder su rostro cada vez que se haga referencia a las atrocidades que cometieron en contra de la mujer.
Y aunque parezca que este caso no tiene precedente alguno, la realidad es que la mayoría de las mujeres heterosexuales hemos recibido algún tipo de violencia por parte de nuestras parejas.
El caso Pellicot, solo nos eriza la piel y nos pone los pelos de punta, porque nos quita la venda ante una realidad impactante, podemos tener a nuestro lado un maravilloso hombre, trabajador, padre responsable, cortés, educado, “hijo de familia”, con excelente comportamiento a lo largo de la vida juntos; y aun así, pudiera ser que este hombre maravilloso tenga una vida paralela oculta que horrorizaría a cualquiera.
Por eso es tan problemático que se les llame monstruos, porque no lo son. Son hijos sanos del patriarcado, hombres que hacen lo que hacen porque el pacto patriarcal se los permite, porque cuando se exponen sus violencias todavía hay quienes los defienden argumentando que son buenos esposos o buenos padres o buenos vecinos o buenos hijos. En este caso donde se identificó a más de 50 violadores de toda clase social, perfil laboral, edad, religión etcétera, muchos de ellos tenían esposa e hijos, no vivían en un pantano o un sombrío paraje boscoso, no eran monstruos escondidos detrás de un armario ni hombres lobos que aparecen a la luna llena. Como diría mi abuela “hay que ser y también parecer” , y aunque estos hombres parecían buenos e inofensivos, la realidad es que no lo eran.
Todos estos eran hombres comunes y corrientes que podemos encontrarnos en la calle, que pudieran ser nuestros amigos, nuestros parientes o nuestra pareja.
Por eso el posicionamiento de Giselle Pellicot es político y nos beneficia a todas. Nos muestra que no debemos tener miedo de alzar la voz y revelar cuando hemos sido agredidas o acosada,s porque no es nuestra culpa, porque no tiene nada que ver con quién nos relacionamos, dónde estamos o en qué condiciones nos encontramos, los violadores son ellos y las víctimas somos nosotras.
A esta sociedad le encanta señalar cómo debería sentirse y comportarse una víctima perfecta, esa víctima que denuncia, pero demuestra dolor y sufrimiento, que quizás se esconde por la vergüenza que siente, que solloza por los rincones y tiene la vida destrozada, quizá tengan razón, pues sobrevivir a la violencia machista deja marcas que muchas veces no son físicas, y sin embargo, son observables en la conducta de los individuos.
Pero la sociedad no toma en cuenta que detrás de toda esta violencia existe un hartazgo, detrás del dolor existe cansancio que nos lleva a la rabia, ese sentimiento que nos pone de pie ante las injusticias vividas por la violencia contra las mujeres.
Y entonces surgen de todo ese dolor y sufrimiento mujeres como Giselle que, indignadas y hartas de toda esa violencia gratuita, se alzan contra el sistema y dicen: “que la vergüenza cambie de bando”.
Cierto que cuando era niña quería ser una princesa Disney y como “hay que ser y parecer”, como decía mi abuela, intentaba siempre ser educada, gentil, generosa, honesta, amable, amigable, sonreír todo el tiempo; hoy quiero ser como Giselle Pellicot, y espero que muchas más mujeres quieran ser como ella. Pero también entiendo que es difícil erigirse contra el sistema cuando revistas de talla internacional como Time ponen en su portada a violadores como Donald Trump y no a víctimas como Giselle Pellicot.
Porque aún hay medios de comunicación que no entienden la importancia de dar visibilidad a este tipo de casos para que más mujeres se sientan con la confianza de alzar la voz.
La cifra de la violencia contra las mujeres es una cifra oscura, porque al ser actos que suceden en el espacio privado y doméstico muchas veces no son conocidos y no son denunciados.
Entiendo que las mujeres no quieran alzar la voz, porque también se les tacha de problemáticas, porque si una se llama feminista a sí misma, inmediatamente se le cuestiona si está a favor o en contra de los “destrozos” que se realizan en las marchas, la mayoría de las personas que hacen estos cuestionamientos ni siquiera saben qué es la iconoclasia o la desobediencia civil. Mucho se cuestiona a las mujeres cuando acudimos a denunciar públicamente actos de violencia cometidos en nuestra persona o en alguna amiga, conocida, o simplemente por conmemorar una fecha importante dentro del movimiento feminista, pero nadie cuestiona cuando las manifestaciones son a causa de algún evento deportivo, como los destrozos que dejó la afición del América después de ganar el tricampeonato de la liga de fútbol mexicano.
Sin embargo, invito a aquellas mujeres que alguna vez han sido víctimas de violencia a seguir los casos como el de Giselle Pellicot, el de Olimpia Coral, Mariana Lima representada por su madre la señora Irinea Buendía, el caso de la niña Fátima representada por su madre la señora Lorena Gutiérrez, y muchos otros en los que se ejemplifica como cada vez más y más mujeres nos unimos a una causa justa porque el dolor de una es el dolor de todas.
Así que, como diría mi abuela “hay que ser y también parecer”, y yo las invito a todas a ser y parecer defensoras de los derechos humanos de las mujeres, es decir, feministas.
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