«Hasta que es padecido…»
Desde que comencé con el periodo menstrual en la pubertad, he padecido dolor abdominal fuerte debido a la inflamación y cólicos, y aunque me he acostumbrado, en aquellos tiempos me tomaban por sorpresa y no sabía muy bien qué pasaba hasta que se presentaba el sangrado, ya que mis primas o amigas, no tenían los mismos síntomas que yo. Si estaba con mi abuelita, ella me preparaba un té, mientras me decía «hasta que es padecido, el mal es conocido» y me ponía una compresa caliente para aliviar el dolor.
La experiencia de ser mujer en un mundo machista, es ya de por sí, bastante difícil, pero sería un absurdo pensar que es igual para todas.
Así cómo la menstruación, que se vive de maneras muy diferentes para cada mujer, así también, nuestras diferencias sociales, culturales, geográficas, raciales etc., marcan un camino distinto para cada una de nosotras.
Por eso, resulta muy fácil que personas ajenas al movimiento feminista, observen estas diferencias y las señalen cómo razones para dividir.
Y es así que hoy, llamamos «feminismos» a esas circunstancias diferentes dentro de la experiencia de ser mujeres: para nombrar al feminismo de las mujeres negras como «afro feminismo», al feminismo que defiende el trabajo sexual como «feminismo liberal o regulacionista» el que, por el contrario, busca reconocer ese tipo de ejercicio como explotación como «feminismo abolicionista» y así, una larga lista de feminismos.
Y es cierto, muchas mujeres vivimos bajo circunstancias diferentes, pero ¿qué tan cierto será lo que decía mi abuela de que «hasta que es padecido, el mal es conocido»? Implica esto que, ¿si no vivimos una experiencia, no podemos empatizar con ella? Y más aún, si entre mujeres no podemos entendernos ¿cómo esperamos que los hombres entiendan todos sus privilegios y todas las formas de violencia que nos oprimen?
Creo firmemente que todos podemos empatizar, si nos interesa lo suficiente una causa para aprender a escuchar. Y creo también que ahí está la clave.
O no escuchamos a las mujeres que se encuentran en una circunstancia diferente a la nuestra, o simplemente, no nos interesa.
Y es muy alarmante que, aún y cuando los derechos de las mujeres y las niñas se consideran derechos humanos, en la práctica no son vistos de esa forma por el grueso de la población, incluidas las mujeres de otras categorías y realidades.
Pero hay una realidad que nos atraviesa a todas en mayor o menor medida, la violencia machista que se encuentra inmersa en nuestra cultura y sociedad. Y desde ese reconocimiento, del machismo que nos oprime y violenta a las mujeres, podemos construir puentes donde comunicarnos y compartir nuestras distintas realidades.
Porque, aunque es cierto que una mujer adulta, con mayores recursos económicos y belleza hegemónica, no enfrenta los mismos problemas que una niña indígena de la sierra, no es menos verdadero, que ambas tienen que luchar contra los machos de su entorno para procurarse una mejor calidad de vida.
Tal vez, no vivimos en carne propia las dolencias de nuestras hermanas, pero podemos escucharlas y aprender de ellas para fortalecer un movimiento que lucha por una sociedad más justa y espacios libres de violencia que nos benefician a todos, no sólo a las mujeres.
Porque es cierto, que una se vuelve feminista por su historia, no porque no padecimos violencia, sino porque la normalizamos tanto, que no la percibimos y ahí sí resulta verdad lo que decía mi abuela «hasta que es padecido, el mal es conocido « entonces, para «conocer el mal» empecemos a hablar y escucharnos, a empaparnos de todas las realidades de las mujeres a nuestro alrededor, para que así, hombres y mujeres dejemos de normalizar las conductas machistas y violentas de nuestro entorno.
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