La corrupción se puede definir como la acción y efecto de descomponer, introduciendo vicios o abusos. En el lenguaje común es sinónimo de echar a perder una cosa. Se ha visto desde ya varios decenios con mucha preocupación, como este fenómeno ha ido en aumento, y prácticamente está presente en todas partes, en mayor o menor grado; ya hasta se dice que se ha normalizado. Este complejo problema tiene muchas causas: sociales, políticas económicas, entre otras, y se entiende como en la mayoría de los países democráticos, es una de las principales narrativas en las épocas de campaña electoral: “luchar y acabar con la corrupción”.
Sin embargo, a pesar de que se ha “normalizado en la práctica”, a nadie le gusta ser víctima de un acto de corrupción, nadie quiere estar en medio de una institución cuyos integrantes, pervertidos por el dinero y las ganancias “extras” por comisiones, distorsionan procesos, crean atolladeros burocráticos, con la única finalidad de solicitar, al fin de cuenta, sobornos. En una nota editorial, leí que esta práctica atrofia las bases de un auténtico desarrollo económico, desalienta la inversión y paraliza en gran medida un espíritu emprendedor, que tiene que sortear los “gastos iniciales” para que pueda iniciar o mantenerse.
El 31 de octubre de 2003, la Asamblea General aprobó la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, y para crear conciencia contra esta problemática y poder generar acciones para poder disminuirla y prevenirla, dicha Asamblea designó el 9 de diciembre como Día Internacional contra la Corrupción. Este 2024 es su vigésimo aniversario, entre las acciones concretas que dicha Institución está realizando, se encuentra el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD) y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). En este año, el enfoque está en la juventud, con la esperanza de comenzar hoy, para mejorar mañana, unidos con los jóvenes contra la corrupción. Pues es precisamente la juventud actual, la que está sufriendo más las consecuencias directas de estas prácticas viciadas, que son una de las causas de los múltiples desafíos, problemas, desigualdades e injusticias.
La gente más pragmática dirá: “siempre ha existido la corrupción y siempre existirá”, frase que refleja, de una u otra manera, los valores que se viven. Por tal motivo, no era descabellada la idea, de que, para luchar contra la corrupción, había que introducir una “Código Moral”. La razón es la siguiente: erradicar la corrupción, no puede ser labor de una sola persona, o de un grupo solamente, ni tampoco sólo depende de las leyes de la nación; pues, aunque las leyes que rijan un Estado, sean las mejores, si la sociedad a la que van dirigidas no está educada y formada en la virtud, las mismas leyes, por más buenas que sean, serán inútiles porque no las seguirán. Lo peor que le puede pasar a una norma es crearla para que nadie la observe, y una de las mayores desgracias que le puede ocurrir a una sociedad es acostumbrarse a no observar con honestidad las normas; pues en el futuro a esa sociedad se le darán leyes inútiles, inmorales, y desequilibradas, pero con toda la fuerza se le obligará a observarlas.
Desafortunadamente, mientras el ser humano no quiera reconocer, cuál es la base trascendente, que sostiene todo el valor de los principios éticos y morales, que sanciona justa e imparcialmente el vicio y la virtud, pidiendo cuentas a los delincuentes y premiando a los virtuosos, todo esfuerzo siempre se ve frustrado. Diría el sentido común: “¿De qué sirve ser virtuoso, si el que tranza a avanza y el que hace lo correcto no prospera?” Es imposible hacer al hombre bueno, solo porque lo dicta el imperativo categórico kantiano, el alma del hombre se mueve por lo que espera en el futuro, sino espera nada, no se mueve. Es deber de toda persona que ame a la humanidad, esforzarse y actuar para erradicar los males que la dañan, entre ellos, la corrupción, y que sepa que sus esfuerzos por humanizar el mundo, no quedarán estériles y sin ningún resultado positivo; y lo más importante, no quedará sin su recompensa en la vida eterna.
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