Durante esta semana se celebra en muchos lugares del mundo, el día de acción de gracias. Y aunque no es costumbre en nuestro país celebrarlo, considero que vivir en gratitud debería hacerse una costumbre diaria en todos los seres humanos.
Vivir en gratitud significa permanecer en un estado de “gracia”, el cual nos mantiene abiertos y receptivos a recibir el bien de aquello que apreciamos y valoramos.
La gratitud tiene un gran poder: el de multiplicar aquello que se agradece, y de preparar nuestra mente para poder encontrar las oportunidades y los recursos para generar eso que consideramos que es bueno para nosotros; es decir, aquello que valoramos y apreciamos.
Las personas agradecidas generan emociones poderosas y una gran cantidad de energía que reprograma sus mentes inconscientes a replicar las condiciones que les hicieron sentir esas mismas emociones.
Todos tenemos un mecanismo interior que actúa como un filtro para tomar consciencia de aquello en lo que pongo mi atención: el Sistema Reticular de Activación Ascendente. Cuando una persona siente gratitud por algo, activa este sistema y “fija” su atención en aquello que agradece, generando que su mente encuentre oportunidades de darle más de eso en lo que pone su atención.
A través de las palabras transferimos un significado a todo eso en lo que estamos atentos, y que permitirá que nosotros mismos recibamos, o no, más de aquello.
Por ejemplo: si cuando obtienes un resultado te agradeces por tu esfuerzo, cuando vuelvas a hacerlo lo volverás a obtener. En cambio, si cuando obtienes el mismo resultado y consideras que se quedó corto, que es poco o que “deberías haberlo hecho mejor”, encontrarás la manera en que, cuando lo vuelvas a lograr, el resultado se quede corto y haya más evidencias de que no lo estás haciendo bien. Interesante, ¿verdad?
Bajo esta premisa, apoyada por la neurociencia, me gustaría que hicieras la siguiente reflexión: ¿Qué es lo primero que dices cuando alguien te da las gracias?
Por costumbre contestamos “de nada” o “no hay de qué”… y eso constituye un tremendo error.
¿En qué consiste el error? En que, para nuestra mente, el “de nada” anula la intención y la energía de esas gracias, y programamos dentro de nuestra mente que el haber hecho un bien a alguien, o que alguien lo haya hecho con nosotros, significa: NADA…
Y más allá, como consecuencia, como ya establecimos que eso “no es nada”, todas las oportunidades de recibirlas carecerán de valor y de sentido y, por consiguiente, de manera inconsciente las rechazaremos, las sabotearemos y obtendremos aquello que emitimos como juicio: llegaremos a obtener a cambio NADA.
En este día te invito a que mejor, frente a un gracias: contestes con: “es un placer”, “con gusto”, “me alegra haberte podido ayudar”…
Estas frases, más poderosas que un: “no hay de qué”, permitirán que tu mente programe el significado exacto de la intención y de las palabras que decimos. Las palabras generan realidades, y al escogerlas, escogemos también lo que vamos a recibir.
Por último, me gustaría dejarte con la siguiente reflexión: aquello que valoramos y agradecemos forma el camino hacia lo que vamos a recibir.
Tengamos la hermosa costumbre de agradecer, de apreciar y de valorar todo aquello que hace nuestra vida más ligera, y que nos permite disfrutar. Y no esperemos a perder aquello que nos hace bien para comenzarlo a valorarlo. Porque cuando al ingrato se le olvida lo que ha recibido, la vida le pone una y mil maneras de recordárselo.
Gracias por leerme…
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