Lo que piensas es lo que experimentas
Joe Dispensa
¿Ha visto alguna de esas películas en las que los protagonistas viven una y otra vez el mismo día, en un bucle de tiempo? Bueno, pues no son ciencia ficción. Así vive usted, así vivo yo, así vivimos todos.
Experimentamos, desde que tenemos memoria, los mismos malestares emocionales todos los días o muy frecuentemente. La mayoría de las veces ya ni siquiera nos damos cuenta de ello, pues lo normalizamos y ya solo nos dedicamos a justificarlo. Le damos a nuestros enojos miedos, resentimientos, envidias inseguridades y angustias carácter de identidad.
Creemos que somos lo que nuestros pensamientos y emociones son; reaccionamos a ellos, en consecuencia, de la misma forma cada vez, creyendo, por otra parte, que a lo que respondemos es a los hechos, es decir, a las cosas que nos pasan, no a la forma en que las interpretamos, como realmente sucede.
De pronto nos viene una memoria dolorosa o triste, un remordimiento, una injusticia, una humillación, una traición, y en automático vivimos de nuevo aquellas circunstancias, bajo una alteración bioquímica que nos hace creer que estamos volviendo a experimentar lo mismo, sea lo que sea que nos esté pasando y haya detonado el recuerdo, y sin importar que tenga solo una vaga relación o sea totalmente distinto. Con un solo elemento que roce la herida es suficiente.
Nos encontramos, así, no reviviendo el pasado, porque ya no existe, sino los pensamientos y las emociones que se quedaron impresos, porque no estábamos en capacidad de interpretar los sucesos correctamente para procesarlos, ni sometimos después nuestras interpretaciones a revisión. En lugar de eso, rumiamos las escenas una y otra vez.
También suele pasar que se suscita un miedo, emoción relacionada siempre con lo inexistente, pero desde la perspectiva, sí, de esos pensamientos, emociones y sentimientos que se quedaron atascados en nuestra psique y grabados en nuestros cuerpos. Por eso siempre sucede lo que tanto tememos. Al experimentarlo en el aquí y ahora lo hacemos realidad, y así lo haremos mañana, pasado mañana y casi cada día de nuestras vidas. Como una cosa lleva a otra, sin darnos cuenta lo actuaremos hasta materializarlo.
Como el futuro es un tiempo siempre inexistente, excepto como concepto, vivimos los horrores tememos exactamente en el momento en que los imaginamos, pues con la emoción que suscitamos los hacemos realidad para nuestro cerebro y cuerpo.
Así actuamos todos cuando experimentamos la vida en piloto automático, porque nuestra mente es una supercomputadora biológica que han programado otros. En primera instancia, hemos aprendido a pensar, sentir y actuar como lo hacían nuestros padres; posteriormente, como nos enseñaron en la escuela; después, como lo hacían nuestros amigos, que a su vez lo hacían como sus padres.
Cuando algunos datos de las diversas programaciones a que nos sometemos se contraponen entre sí, entramos en conflicto interior y tratamos de resolverlo tomando partido. Casi siempre terminamos desafiando a nuestros progenitores, pero solo en valores y creencias, no en formas de sentir, por eso seguimos conflictuados.
Dígame, entonces, si esta forma de vida no se trata de un bucle, mucho más aterrador que el de las películas. Se puede salir de él, por supuesto, o mejor dicho convertirlo en una espiral ascendente de energía positiva, lo cual, le aclaro, no elimina la negativa, pero la hace manejable; es más, la recicla en nuestro favor.
Lo primero es darse cuenta, luego entender cómo opera; después, pensar fuera de la caja, reinterpretar el pasado, cambiar las narrativas, aceptar nuestras emociones, desafiar creencias y meditar, entre otras muchas técnicas.
Lo que está claro es que la ley de atracción no existe como algo externo que podemos manipular solo con la intensidad de nuestro deseo y una buena dosis de concentración. Que no lo engañen: vamos creando las circunstancias o poniéndonos en las situaciones que irán haciendo realidad lo imaginado, para bien cando dirigimos, para mal cuando nos dirigen.
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