DESIDERATA

No hay necesidad de vivir en la necesidad

Epicuro

 Todo lo que sentimos, sin excepción, aprendido de otros o de cuño propio, nos ocasiona un sesgo cognitivo, es decir, una forma de ver la realidad lejana a la neutralidad y la objetividad con que creemos hacerlo.

Esta particular visión emocional normará todas nuestras experiencias y generará nuestras creencias. Dependiendo de lo que sentimos y de su intensidad, nos inclinaremos a ver solo lo que queremos ver, malo o bueno, lo que tememos o lo que deseamos, según seamos de tendencia optimista o pesimista.

A este ver solo lo que queremos ver y negarnos a reconocer la existencia de lo que podría causarnos un conflicto interior, decepción o frustración, se le llama autoengaño, en términos generales, y puede ser de diversos tipos, simple o muy complejo, obvio o tan retorcido que sea indetectable, muy persistente y siempre fortificadoramente justificado.

Una de la formas más comunes y visibles de autoengaño se llama pensamiento desiderativo, que es aquel que nos hace ignorar los obstáculos o impedimentos para lograr lo que queremos. Es ilusión y fantasía evidentes.

Deseamos algo tan intensamente, que estamos convencidos de necesitarlo; entonces, cuando se conjuntan cierto tipo de circunstancias que nos hacen pensar que será factible satisfacer al fin la necesidad, dejamos de percibir las señales de alerta, los riesgos, las mentiras obvias, etc., porque la decepción o la frustración nos derrumbarían. Hemos invertido mucha emoción y sentimientos en la expectativa, en el anhelo oculto, en el deseo vehemente, y nos aferramos más mientras más la contraindica la realidad.

Todo aquello que deseamos intensamente proviene, además, de nuestras heridas de infancia, esos acontecimientos dolorosos que de una u otra manera debían sucedernos de manera que obtuviéramos de ellos preparación para la vida, pero que hemos venidos tomando como pretextos para sufrir.

Nuestra expectativa, producto de un deseo desproporcionado o vehemente, nos dice que algún día podremos llenar esa carencia de amor, validación y/o atención que llevamos a cuestas, es decir, satisfacer una necesidad vital, pero no del adulto que hoy es capaz de hacer algo al respecto, sino del niño demandante que se siente carente, dependiente e indefenso.

Lo mismo sucede con nuestras heridas de injusticia, abandono, rechazo y traición, entre otras. Nuestro anhelo nos dice que un día nos cobraremos las deudas, seremos resarcidos o cuando menos compensados.

Sin darnos cuenta, este pensamiento desiderativo, es decir, deseante, nos llevará a adherirnos a ideologías, religiones, causas sociales y otras creencias colectivas que creemos pueden construir una la sociedad justa, de la que derivará una vida justa.

Manifestaremos esa adhesión emocionalmente y la justificaremos intelectualmente, no al revés. Por eso reaccionaremos en no pocos casos con resentimiento, ira, agresión, venganza y crueldad.

En general, ahí donde pongamos demasiada emoción, tendremos apego insano. El problema no será esa ideología o esa religión o esa causa social, sino la forma necesitada en que la estamos abordando y el autoengaño con que, sin saberlo, nos defendemos de la desilusión.

Así, nos conduciremos con pensamiento desiderativo, viendo lo que queremos ver, interpretando nuestras experiencias de acuerdo con lo que creemos nos conducirá a la satisfacción de necesidades infantiles de las que generalmente no estamos conscientes, y que ya no pueden ser satisfechas, porque su momento pasó, de ahí que las convirtamos en dolorosas carencias adultas, en algo que simplemente no tenemos, pero cuyo poder radica en que creemos necesitarlo.

La naturaleza de la necesidad es imperativa, si no se satisface la pulsión en el momento, pasa, incluso cuando se trata de cuestiones básicas de sobrevivencia. Piense en cuando siente hambre o sueño, pero por cualquier circunstancia no puede comer ni dormir, entonces el organismo inhibe la sensación durante un tiempo. Ciertamente, en ese momento carece de alimento y descanso, pero la necesidad, en sí, se ha ido.

No es lo mismo, pues, lo que no tiene, que lo que necesita ni lo que merece.

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