“Llueve sobre mojado”
Hay ocasiones en que las cosas no salen como uno espera, de hecho, pudiéramos decir que la mayoría de las veces las cosas no son como las planeamos, eso es parte de la vida al final de cuentas no tenemos el control de todo lo que nos rodea. Sin embargo, también hay rachitas en las que diría mi abuela “nos llueve sobre mojado”, pues no va una saliendo de una situación preocupante cuando ya va dentro de otra, y otra y otra más.
Así lo sentí durante la semana pasada y lo que va de esta, en que las malas noticias sobre violencia en contra de las mujeres se seguían una tras otra.
En sólo una semana, fuimos testigos de cómo unos padres presuntamente entregaron a su propia hija de solo 12 años de edad a terceras personas que la estuvieron torturando y violentando sexualmente durante tres días, de la atleta Rebeca Cheptegei a la que su ex pareja roció con gasolina y le prendió fuego, de la esposa a la que su marido jubilado estuvo administrando drogas para hacerla dormir y ofertarla para ser violada durante más de 10 años por más de 80 hombres diferentes muchos de los cuales «contrataron el servicio» hasta por seis ocasiones, todo esto en París Francia.
Cada uno de estos casos es monstruoso, es aberrante pero no es un caso aislado.
Estos casos representan la forma en que la violencia machista nos «llueve sobre mojado», porque ya de por sí las mujeres sufrimos de discriminación y condiciones desiguales dentro de nuestra sociedad como para además cargar de extrema violencia el entorno en que nos desarrollamos.
Y cuando parece que hay un rayo de esperanza porque un hombre se decide a romper el pacto como en el caso del atleta Irving Acosta, quien salvó a una mujer en Boca del Río Veracruz, de ser violada, ya que interceptó y arrolló la moto del sujeto que a jalones intentaba llevarse a la mujer. Pero el machismo lo castiga argumentando que transgredió la ley (aquella ley que no nos protege) y ostentándose como un castigo ejemplar para aquellos que se atrevan a romper el pacto patriarcal y actuar a favor del derecho que tenemos todas las mujeres a vivir en un entorno libre de violencia.
Pero de todos estos, utilizaré el caso de Gisele Pelicot, para ejemplificar mejor que la violencia machista no es cometida por unos cuantos monstruos, cualquier hombre puede llegar a ser un agresor si se le presenta la oportunidad, ya que, todos los hombres crecen con ideas erróneas respecto a lo que somos las mujeres y lo que representamos en la sociedad, de manera que muchos de ellos interiorizan estos conceptos, se los apropian y los hacen parte de sus creencias más básicas. De otra forma, ¿cómo podemos explicar que ninguno de los participantes denunció durante más de 10 años que se estuvieron haciendo anuncios mediante la web y diferentes páginas de citas?. Porque los hombres que veían la publicación creían que estaba bien porque el marido estaba dando su consentimiento, ya que, tienen la creencia de que la mujer es una extensión de las propiedades del esposo, o bien creían que era parte de una fantasía, porque la cultura porno, nos ha enseñado que infringir dolor y actos denigrantes sobre el cuerpo de las mujeres está bien y es placentero.
Definitivamente algo está muy mal dentro de nuestra sociedad moderna para que se permita andar con libertad a personas que han cometido delitos o han hecho apología de los mismos sin que medie castigo alguno ni mínimo una reflexión o educación hacia la sociedad en general y hacia ese individuo en lo particular.
Mientras las políticas enfatizan lo que no deben hacer las víctimas para así evitar ser blanco de un delito en lugar de hacer hincapié sobre los actos que deben evitar los perpetradores para no caer en una conducta antijurídica típica y culpable, seguiremos padeciendo y nos “lloverá sobre mojado”.
Ese hombre no es un monstruo es un hijo sano del patriarcado, es un niño al que no se le inculcó respeto por su hermana y se le dio la prioridad y el privilegio de no realizar actividades domésticas ya que estas serán realizadas por su hermana y puestas a su servicio.
Es un joven al que se le permitió chiflar desde una esquina o gritarles «piropos» a sus compañeras de la escuela porque «eso hacen los jóvenes». Es un novio que ejerció presión sobre su pareja para que accediera a tener relaciones sexuales con él. Es un padre que cree que está bien que su hijo adolescente vaya a un lugar de prostitución a entrenarse sobre sexualidad. Ese mismo padre está en contra de la educación sexual, los métodos anticonceptivos, el aborto y demás posibilidades de las mujeres para ejercer una sexualidad libre y plena. Es un esposo que condiciona proveer de todo lo necesario con sus hijos y en el hogar a cambio de servicios sexuales por parte de su esposa. Y así pudiera seguir enumerando ejemplos que no están sacados de novelas ni revistas, son ejemplos de la vida cotidiana, de verdad les sorprendería las cosas que las mujeres comentamos cuando estamos frente a una psicóloga, trabajadora social, abogada, activista, periodista y demás profesiones que puedan encargarse de tomar en serio estos relatos.
En este entorno sólo queda alzar la voz desde cada rincón que tengamos. No dejemos de señalar las violencias así se consideren pequeñas, así se consideren normales dentro de nuestra sociedad, no debemos dejar que pasen desapercibidas porque estos actos se realizan día tras día y no los hacen monstruos como lo vimos en el caso de Pelicot, los realizan hombres como tu padre, tu hermano, tu esposo, tu amigo, tu primo, tu vecino o tu compañero de trabajo. Y aunque a veces nos invade el hartazgo y el cansancio y sentimos que la lluvia hace más pesadas nuestras ropas y nuestras cargas no debemos olvidar que, aunque, como diría mi abuela, “nos llueva sobre mojado” siempre debemos señalar aquello que está mal para tener oportunidad de generar un cambio, si no es por nosotras hagámoslo por las generaciones futuras.
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