PLAZA CÍVICA

Ganó la izquierda autoritaria. Y quieren un régimen autocrático 

Un debate recurrente en torno a López Obrador consistió en si era un demócrata convencido o un autócrata con ropajes democráticos. Porque, durante los primeros años de su carrera política, el presidente nunca formó parte de esa corriente de izquierda violenta, antisistema. Su carácter político híbrido fue lo que hizo tan difícil para muchos formarse una imagen clara de él, hoy cristalizada.

En el México de la Guerra Fría existieron fundamentalmente dos izquierdas. La primera, autoritaria y revolucionaria, que quería el poder solo para sí y consideraba que únicamente lo obtendría fuera de los canales institucionales. La segunda, democrática y reformista, veía a otras corrientes ideológicas como legítimas y pensaba que su agenda solo se lograría con cambios graduales, a través de las instituciones establecidas. La reforma política de 1977 tuvo como fin integrar a los grupos radicales de izquierda, cumpliendo finalmente con su cometido. Sin embargo, hoy nos damos cuenta que hubo una izquierda híbrida, con algo de ambas corrientes, la cual llegó al poder en 2018.

Durante su carrera política, López Obrador recurrió a canales institucionales, y nunca hizo uso de la violencia. Sin embargo, también se valió de medios poco convencionales: entre ellos, la quema de pozos petroleros en Tabasco; el llamamiento a dejar de pagar la luz en el estado (cuyo costo ascendió a miles de millones de pesos, pagados por los contribuyentes); y las continuas manifestaciones de calle. Pasó del PRI al PRD para acabar formando su propio partido político, a su imagen y semejanza. Y, ya en el poder, utilizó consultas públicas amañadas e ilegales, se propuso destruir básicamente todo lo construido y, ahora, desea establecer nuevos canales institucionales propios. Ve a la oposición política como ilegítima. La negociación política nunca ha sido lo suyo.

Llegó al poder la izquierda autocrática: aquella que no usa la violencia sino la democracia-constitucional para, una vez arribada, destruir todo desde adentro. Vamos hacia el tercer régimen político mexicano, de concretarse la reforma judicial: de uno autocrático, de partido hegemónico, y sin definición ideológica; pasando por uno democrático, de múltiples partidos, y pluralidad ideológica; a uno autocrático híbrido, de partido dominante con aspiraciones hegemónicas, y sin definición ideológica alguna. Pero, a diferencia del autoritarismo de antaño, el de hoy es un autoritarismo populista: además de autocrático, sin vocación de Estado. Es poco construir, y mucho destruir: una especie de nihilismo político.

Atrás del carisma lópezobradorista y de los poco más de cuatro millones de mexicanos que salieron de la pobreza, se asoma la demolición democrática e institucional. Y, detrás de ella, se asoma la militarización de la vida pública y una creciente presencia del crimen organizado. Ningún presidente entrante en la historia moderna de México la tuvo tan difícil.

fnge1@hotmail.com

 

@FernandoNGE

Autor

Fernando Nùñez de la Garza Evia
Fernando Nùñez de la Garza Evia
Licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en estudios internacionales, y en administración pública y política pública, por el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Ha publicado diversos artículos en Reforma y La Crónica de Hoy, y actualmente escribe una columna semanal en los principales diarios de distintos estados del país. Su trayectoria profesional se ha centrado en campañas políticas. Amante de la historia y fiel creyente en el debate público.
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