Por sus ideas, pero sin una razón específica, en 1950 fue suspendido de la enseñanza de la teología por la Santa Sede.
Henri-Marie Joseph Sonier de Lubac, S.J., nació en 1896 en Cambrai, Francia, muy cerca de Bélgica, en el seno de una familia católica. Ingresó a la Compañía de Jesús después de haber cursado un año de estudios de derecho en la Facultad Católica de Lyon (1912-1913). Tenía 17 años y una inteligencia sobresaliente.
En 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial, fue movilizado, y herido de gravedad en 1916, cerca de Verdun. El resto de su vida padeció las secuelas de aquella lesión. Hasta su muerte en 1991, a los 95 años, fue uno de los teólogos católicos más influyentes del siglo XX y su papel en el Concilio Vaticano II resultó importante.
Durante sus estudios filosóficos fue un lector entusiasta de san Agustín y de santo Tomás de Aquino. Siempre reconoció su deuda intelectual con M. Blondel, J. Maréchal y P. Rousselot. Ente 1924 y 1926 realiza sus estudios de teología en Hastings, Inglaterra, ahí toma contacto con el padre J. Huby, a quien reconoció como un maestro excepcional.
En 1926, los jesuitas pueden reabrir su teologado en Francia; habían sido expulsados del país a principios de siglo, y De Lubac termina su teología en Lyon. En 1927 se ordena sacerdote y en 1929 inicia su carrera universitaria como maestro en la Facultad de Teología de Lyon-Fourvière, donde se hace cargo de la cátedra de Teología Fundamental, y al año siguiente asume también el curso de Historia de las religiones.
Durante la ocupación alemana de Francia es arrestado en varias ocasiones. De hecho se tuvo que refugiar en el escolasticado jesuita de Vals. Por sus ideas, pero sin una razón específica, en 1950 fue suspendido de la enseñanza de la teología por la Santa Sede. A Pío XII no le gustaban las novedades teológicas. En Roma, en una reunión con miembros de la Compañía, le lanzó varias indirectas. Durante ese período, difícil para él, sus publicaciones se consideraron como parte de lo que se conoció como Nouvelle Théologie. En esa escuela se agruparon, entre otros, Yves Congar, Hans Küng, Marie-Dominique Chenu, Hans Urs von Balthasar y un joven y superdotado intelectual de apellido Ratzinger.
En soledad, pero fiel a la Iglesia, De Lubac siguió su trabajo de investigación y continuó con sus publicaciones. En estos años, y durante toda su vida, mantuvo una relación estrecha, entre otros amigos, con Daniélou, Mouroux y el rebelde Congar. En 1960, con la llegada de Juan XXIII, se le quita la prohibición de enseñar teología, y a instancia del papa se le nombra perito conciliar de la Comisión teológica que prepara el Vaticano II.
A partir de su obra Catolicismo: Aspectos sociales del dogma (1938), se despliegan múltiples ramas de su monumental y amplísimo trabajo. Un elemento central de su pensamiento es subrayar la vocación sobrenatural del hombre. En Surnaturel, études historiques (1946), tema que retoma en El misterio de lo sobrenatural (1965), aborda la cuestión de la naturaleza y la gracia, que es parte de su idea de lo sobrenatural.
De Lubac sostiene que Dios ha creado al hombre para un fin divino, y por lo mismo tiene que haber en el hombre algo que lo prepare con vistas a ese fin y a su revelación. Dios se manifiesta en lo íntimo del hombre y, correlativamente, cuando este hombre se reencuentra con Dios no se encuentra con una realidad extrínseca y extraña, sino ante el misterio que es el mismo fundamento de su humanidad. El misterio de Dios no es exterior al ser humano, sino que la criatura está habitada por el misterio.
En reconocimiento de su trabajo teológico, después de injustamente haber sido criticado y censurado por la Santa Sede, en 1983, Juan Pablo II, un conservador, nombró a De Lubac como cardenal de la Iglesia. En su pueblo natal una calle lleva su nombre, al igual que la biblioteca de la Universidad Católica de Lyon.
En 2023 la Conferencia Episcopal Francesa abrió el proceso de beatificación del jesuita. Su iglesia reconoce el valor de una teología auténtica y renovadora, y a un sacerdote fiel a la fe. De Lubac es el pastor al que Benedicto XVI calificó “maestro de toda una generación teológica”.
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