Columna de El Colegio de Economistas de Coahuila, A.C.
Más allá del PIB
Por: Crhistian Joel González Cuatianquis
PhD Student at Gran Sasso Science Institute Italy
Hace 15 años fue publicado el reporte realizado por la Comisión para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social liderado por Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi, que proponía medidas alternativas para medir el “avance” de las sociedades. En una crítica constructiva se señalaron algunas limitantes de utilizar el Producto Interno Bruto (PIB) como el indicador principal y se hizo énfasis en la necesidad de considerar otras dimensiones que proporcionaran una visión más amplia del bienestar social.
En este contexto se instó a observar el bienestar subjetivo, que abarca en principio las evaluaciones cognitivas y emocionales de los individuos. Si bien ya existía una amplia investigación sobre el tema desde diversas disciplinas, como la economía, en los últimos años el énfasis en esta dimensión ha crecido no solo en la Academia, sino también en el debate público. En especial a partir del incremento de votos por partidos populistas en Estados Unidos y Europa, así como por sus posibles “efectos secundarios” (por ejemplo el Brexit).
Pensar en el bienestar social desde lo multidimensional es una perspectiva promovida por la OCDE e invita a sus diversos países miembros a generar información relativa al tema; pues se trata de una herramienta que permite evaluar la efectividad de políticas para construir sociedades más resilientes y con mayor cohesión social. México se ha sumado a los esfuerzos para su medición y desde 2013 el INEGI genera el indicador de Bienestar Subjetivo que proporciona un panorama a nivel nacional sobre tema.
No obstante, similar a otros indicadores, la información a nivel país puede ocultar la heterogeneidad territorial. Lo anterior es relevante ya que esta influye en las experiencias de los individuos a través del entorno físico, las características de las comunidades y las oportunidades regionales. Por lo tanto, en un esfuerzo para proveer información a nivel estatal, el INEGI realizó en 2021 la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado. En ésta se les pregunta a los entrevistados cómo “califican” (del 0 al 10) diversos ámbitos de su vida y de su contexto.
De acuerdo con esta encuesta, la población mexicana presenta un nivel de satisfacción de vida de 8.4 puntos en promedio; no obstante observamos diversos escenarios cuando nos acercamos a nivel subnacional. Guerrero y Ciudad de México se ubicaban ambas en el último lugar con 8.1 puntos mientras que Coahuila (8.8) y Nuevo León (8.7) se encontraban en los primeros lugares. Estos resultados refuerzan la idea de que el nivel económico no lo es todo para el bienestar: entre las dos entidades con los niveles más bajos de satisfacción de vida nos encontramos con uno de los primeros lugares en términos de PIB per cápita (Ciudad de México) y una que se encuentra en los últimos lugares (Guerrero).
De manera similar se puede mencionar la heterogeneidad en niveles de felicidad, ya que entidades que generalmente presentan un porcentaje alto de su población en situación de pobreza, como Chiapas y Puebla, en este indicador difieren de manera importante: la entidad fronteriza en el sur presenta el nivel más alto, mientras que la vecina de la capital el nivel más bajo (8.0 y 7.3 respectivamente). Finalmente se puede mencionar la satisfacción con elementos de su entorno, por ejemplo, con el vecindario y la ciudad: mientras que Coahuila se encuentra en el primer lugar (8.6 y 8.5 respectivamente), Ciudad de México se encuentra en el último lugar (7.5 y 6.8). Esto es relevante ya que ambas son entidades que se encuentran entre los primeros lugares de PIB per cápita.
Esta discusión se realiza cada vez con mayor frecuencia alrededor del mundo, acompañada de dos mensajes importantes: 1) el bienestar general va más allá de lo económico y 2) sus disparidades al interior de las naciones son de gran relevancia. El análisis de este tipo de indicadores puede servir como un termómetro para observar el nivel de (in)satisfacción de la sociedad con su situación actual, alejándonos de la idea de que aquellos contextos más aventajados en términos económicos están siempre mejor. La realidad nos confirma que el camino a la felicidad, o mejor dicho, al bienestar general, es mucho más complejo y retador.
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