La mente lo es todo
Sócrates
Para los seres humanos, la realidad está conformada por la materia y todos los fenómenos perceptibles por los sentidos: físicos, químicos, mecánicos, biológicos e incluso sociales. Lo opuesto, la irrealidad, como carencia de sustento material, sucede solo en la mente, en procesos que describimos como sueño, fantasía, imaginación, alucinación.
Sin embargo, para nuestro cerebro ambas dimensiones tienen igual carga de realidad. La neurociencia ha comprobado que reaccionamos emocionalmente de la misma forma si, por ejemplo, alguien nos pega un buen susto que si soñamos o imaginamos que lo hace.
La realidad material tiene existencia propia, independiente y distinta de la forma en que nos la representamos, individual y colectivamente. Por tanto, nuestro conocimiento de ella nunca será exacto, y la prueba es que puede haber tantas interpretaciones como individuos contrasten sus puntos de vista, especialmente sobre lo que consideramos realidades complejas, como las sociales, lo cual es, además, un paso necesario para llegar a los acuerdos que nos permiten conformar sociedades a partir de la comunidad de imágenes, ideas, opiniones, información, conocimientos, ideologías e incluso emociones.
La realidad material no es, pues, determinante, sino la forma en que la interiorizamos, nos la contamos y la actuamos, no solo a partir de la personalísima experiencia de vida, sino de nuestro contexto; es decir, época, cultura y posición social.
Lo que nos sucede no es el origen de lo que pensamos y sentimos, sino la forma en que nos lo narramos. La narrativa interna es la que define y decide todo; pero suele estar guiada por emociones negativas que no hemos trascendido y que, por el contrario, hemos reforzado, así como restricciones sociales llamadas creencias. Ambas tienen la función primordial de la preservación, del individuo las primeras, de la especie las segundas.
El ser humano se mueve, pues, en múltiples universos o dimensiones internas que determinan el tipo de vida que tendrá, el mundo que habitará y lo que construirá o destruirá. La realidad de fuera es la que es, una que, por cierto, nos rehusamos generalmente a aceptar.
No obstante las diversas realidades internas, todos habitamos una “por defecto”, la más restringida y minúscula, por cierto, la del ego o piloto automático, que procurará satisfacer a costa de lo que sea nuestras necesidades psicológicas y físicas, de ahí que la moral y la ley tengan el primordial propósito de moderar las acciones de los egos.
El ego habla con muchas voces, tantas como conflictos internos tenemos, desde el simple diálogo, hasta la tertulia o la batalla campal. Pero tenemos otras realidades internas, mucho más complejas, difíciles de sondear y comprender, como la onírica, a la cual Freud le dedicó varios tomos de su obra.
También existimos en la dimensión del alma, la menos explorada. Mientras el ego se la pasa parloteando todo el tiempo y generando ansiedades que deterioran nuestro cuerpo en su conjunto, al corazón, voz de aquella, ni lo volteamos a mirar, mucho menos le preguntamos cómo se encuentra.
No sabemos cómo sentir el alma; de hecho lo evitamos, porque no toleramos la vulnerabilidad, que es su lenguaje.
Otra realidad en nuestro multiverso interno, la más importante, es la del observador o testigo de sí mismo, aquella en la que nos damos cuenta de todas las dimensiones en las que nos movemos energética, mental y físicamente.
Somos seres multidimensionales, creando realidades constantemente, malas cuando lo hacemos inconscientemente, buenas cuando tomamos conciencia de nuestro potencial.
Esta multidimensionalidad es hoy en día ampliamente aceptada por la ciencia, de manera que se habla de por lo menos 8 dimensiones: física, social, cognitiva, emocional, comunicativa, estética, ética y espiritual o trascendental. Todas son distintos niveles de experiencia y solemos ser una persona distinta en cada una de ellas, excepto en la última, en la que integramos nos integramos al todo. Esta última, la de lo intangible e infinito, aunque por supuesto experimentable, es la realidad más sólida.
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