UN DÍA EN REAL DEL MONTE

Ciertamente en nuestro país existen a lo largo y ancho de su territorio muchos pueblos que, por su historia, belleza natural, y por su noble arquitectura, realmente merecen el nombre de mágicos. Uno de ellos es Real del Monte, en el Estado de Hidalgo.

Estaba en la ciudad de México por cuestiones académicas, y como tenía un fin de semana libre, lo aproveché y decidí irme a conocerlo. Fue muy fácil llegar a él, tomé un autobús que me condujo por medio de veredas, barrancas y zonas boscosas a un pueblo, cuyas casas de estilo inglés del siglo XIX transportan a otro tiempo que nostálgicamente, ya se fue.

Real del Monte es un pueblo encantador y muy hermoso por sus templos, jardines, plazas y sus casas antiguas de elegante fachada. Su clima es estupendo, más aún en verano, acostumbrado a temperaturas que sobrepasan los 35 grados, allí la lluvia refresca deliciosamente las tardes. Al recorrer el pueblo y escudriñar su historia, noté como su vida estaba muy ligada a la minería, encontré muchos monumentos donde los mineros reconocen a ciertas personas que lideraron sus sindicatos. Una persona comentó: “¡Qué ironía! aparecen los nombres de personas que nunca tomaron una pala en su vida, mientras los mineros dejaron sus vísceras y pulmones dentro del pozo, y sus nombres quedaron en el olvido…”.

Allí conocí la existencia y vida de José de la Borda, que hizo una fortuna con las minas de Zacatecas, Taxco y Real del Monte, hombre de una suerte azarosa porque cayó en la miseria y supo rehacerse como el “Ave Fénix”. ¡Como a lo largo de la historia, nuestro país ha generado y genera hombres muy ricos!, inmensamente ricos. Esto no es malo, al contrario, cuando una persona trabaja, y trabaja bien y honradamente, es justo que prospere y progrese él y los suyos; y a su vez contribuya a la prosperidad de la patria y de la sociedad.

Ya casi al final de ese viaje exprés visité la antigua mina. Algo llamó mucho mi atención, y era ver que a la salida de la mina había como restos de pequeños estanquillitos; le pregunté al guía que eran esos lugares, él dijo que eran los restos de tabernas, donde los mineros después de trabajar iban a comprarse su “traguito” de licor; y comentó en broma, “después de recibir la raya del día, al salir se lo gastaban en la bebida, y al regresar a sus casas las esposas los regañaban porque ya no traían para el gasto de la casa”.

Me imaginé a un minero, que después de haber trabajado duramente todo el día, sale, y va directo a la cantina, gasta fácilmente lo que le costó sudor y esfuerzo ganar, y al llegar a su casa, su mujer le reclama, y los hijos viendo y escuchando todo esto. Al caer la tarde, y tomar el autobús de regresó, dirigí la mirada hacia ese lugar que había conocido. Y mientras avanzaba el autobús, alejándome de este mágico pueblo, reflexionaba: “Esto no sucedió solo en Real del Monte, sigue sucediendo hasta el día de hoy en todo México, ¿Cuántos después de trabajar muy duro se gastan su dinero en la bebida, o en cosas que no sirven para nada?

Ese día en Real del Monte, comprendí que en nuestro país tristemente el trabajo, que es una bendición, no es sinónimo de progreso para la mayoría de su población. ¿Qué tenemos que cambiar? ¿Qué hábitos debemos adquirir? ¿Qué vicios debemos reconocer y erradicar para tener una sana cultura laboral? Comprendí que esto no es solo tarea de los gobernadores, empresarios o líderes sindicales, es cuestión también de cada persona, y de toda la sociedad. Cerré mis ojos y me pregunté: ¿Hasta cuándo en México, el trabajo realmente generará a los trabajadores y sus familias la posibilidad de gozar de un bienestar real?, que les permita vivir en viviendas dignas, prosperar, tener la posibilidad de un sano esparcimiento y vacaciones justas y tener acceso a mejor educación y oportunidades, que puedan soñar en un futuro mejor y despertar en él.