PREGONERO

El peligroso fanatismo

Cuando era pequeño, como muchos niños, vi en el fútbol el sueño de pisar un estadio y que la afición coreara un gol que llegara a anotar. Me ponía una banda en la cabeza para emular al gran Luis Hernández “El Matador”, a quien religiosamente veía cada que los canales de la televisión abierta lo permitían.

Luego me llamó la atención irle al Cruz Azul, sobre todo por las brillantes actuaciones de Carlos Hermosillo, Juan Francisco Palencia y Óscar “El Conejo” Pérez. Ya adolescente decidí que el equipo al que le iba era a los Rayados, quizá una especie de herencia paternal me hizo decidir por las playeras albiazules que compraba con las becas que me llegaban en la prepa (sí, antes también había becas).

Jugué en mi infancia con el equipo de mi colegio y luego me sumé por algunos años, en la etapa infantil, al mítico Callejón FC, de Concha del Oro, Zacatecas. Después, como dice la raza, me chingué la rodilla.

Veía cada semana los partidos de fútbol de Rayados, entrando incluso en las discusiones de quienes eran más “pecho frío”, si la afición de los Tigres o el Monterrey, con familiares y amigos solía apostar cada clásico y hasta Javier Villarreal (QEPD) me ‘muteaba’ en sus clases cuando los Pumas perdían contra los Rayados.

Pero llegó el día en que fui al estadio del Monterrey, estaba sentado justo a un costado de donde, cual si fueran animales feroces, enjaulan a los integrantes de las barras (o porras, como les decimos en el barrio).

Luego de varios minutos, en los que el alcohol no deja de ofrecerse a diestra y siniestra, y algunos de los fanáticos que ingresaron droga ya habían consumido una cantidad importante, el ambiente familiar desapareció en las gradas, comenzando entonces, en primera instancia, los insultos provocadores hacia la afición del equipo de visita.

En la cancha los jugadores, la mayoría de ellos con sueldos estratosféricos, continuaban el juego sin preocupación alguna. Lo mismo sucedía en los palcos ejecutivos, donde ni se inmutaban.

Ese día dejé de ser aficionado, dejé de ver fútbol y no he vuelto a pisar un estadio…

Lo mismo sucede en cada juego, ya sea en el estadio de Rayados, en el de Tigres, en el Estadio Azteca, en el de Chivas o en el TSM de Santos Laguna.

Primero los insultos, luego lanzarse lo que se tenga a la mano, los intentos de brincar la cerca, las amenazas violentas y luego los golpes al salir del estadio. El fanatismo desbordado, mezclado con el alcohol y las drogas, lleva a los violentos pamboleros a tirar madrazo y medio al contrincante que se les ponga enfrente.

El pasado domingo fue en Torreón, luego del partido entre Santos y Monterrey, considerado por algunos como un clásico por la vecindad de los equipos. Los Rayados le fueron a ganar 2-0 al TSM a los laguneros.

El enojo de los fanáticos (léase diferente a aficionados) no se hizo esperar. Comenzaron profiriéndose insultos mutuamente, recordándose a sus madrecitas y alegando, con groserías, porqué su equipo era mejor. Luego hubo una riña entre varios fanáticos de ambos equipos.

Pero unos ebrios santistas llevaron la discusión al extremo, decidiendo embestir con su camioneta a un grupo de Rayados que se encontraban a las afueras del estadio. Como consecuencia, una mujer -que por primera vez había acudido a apoyar a su equipo fuera de su ciudad- falleció en el lugar, su hijo y su esposo también fueron arrollados y terminaron heridos de gravedad, junto con otras dos personas.

El fanatismo nubló la mente de Jennifer Natalia, de 25 años, una mexicana avecindada en los Estados Unidos, quien se presentó en la audiencia inicial todavía con su jersey de Santos Laguna, para escuchar la imposición de la medida cautelar de prisión preventiva. Este lunes se espera que sea vinculada a proceso por los delitos de homicidio doloso calificado con ventaja y alevosía, y lesiones leves, extendidas y gravísimas.

De ser encontrada culpable, Jennifer podría pasar hasta 60 años en la cárcel… y todo por el fanatismo desenfrenado.

No es este el primer caso de violencia en el fútbol mexicano, hace casi dos años, en marzo de 2022, en Querétaro se vivieron momentos trágicos, cuando fanáticos de los Gallos Blancos se lanzaron contra los del Atlas, con agresiones brutales. Grabaciones compartidas en redes sociales mostraron a hombres golpeando y pateando a otras personas, incluso arrastrándolas y desnudándolas entre baños de sangre. Aunque al principio se habló de personas sin vida, las autoridades aseguraron que sólo hubo heridos de gravedad.

Los Tigres y Rayados también han tenido momentos de extrema violencia, como en 2018 cuando fanáticos del Monterrey agredieron y mandaron grave al hospital a un aficionado de los felinos. En el 2016 los de Tigres apedrearon un camión de Rayados y además se desataron riñas en las calles aledañas al estadio de Monterrey. En el 2017, luego de perder la semifinal, los fanáticos Rayados golpearon a los rivales cuando salían del estadio.

El problema no es el fútbol, tampoco es la afición que acude a los estadios a pasar un buen momento, el problema son los fanáticos y la venta excesiva de alcohol. A pesar de los intentos por regular la venta, no se ha logrado y mientras eso no pase, se seguirán viviendo estos lamentables episodios.

Autor

José Torres Anguiano
José Torres Anguiano
Reportero Multimedia. Periodista de barrio y contador de historias apasionantes.
Premio Nacional de Comunicación "José Pagés Llergo" 2017.
Premio Estatal de Periodismo 2015, 2016, 2017 y 2018.
Premio de Periodismo Cultural UAdeC 2016, 2018, 2021 y 2023.