DARWIN TENÍA RAZÓN

Si no estás donde quieres estar… reinvéntate

Eric Thomas

Si sus comienzos no son reinvenciones de sí mismo, se quedarán en simples intentos. Sin minimizar el valor de intentar, todos queremos que este primer acto de la voluntad prospere y no se quede en un recurrente “trato, pero no puedo”.

Por eso debemos discernir entre tipos de intento. Dos de ellos son los planeados y los desesperados.  En el pasado artículo hablamos de los primeros, derivados de nuestros propósitos, por ejemplo, de año nuevo, y de por qué constantemente fracasamos en ellos. Hoy nos referiremos a los segundos, consecuencia de los comienzos forzosos que siguen a los finales inevitables.

A diferencia de los intentos planeados, que están aparentemente bajo nuestro control, los que hacemos cuando nos enfrentamos a comienzos forzosos, ciertos o inciertos, pero siempre azarosos, nos producen una gran inseguridad. Ya sea porque no sabemos si seremos capaces de hacer lo que claramente hay que hacer, o porque ni siquiera sabemos en qué consiste, entramos en ansiedad y, probablemente, en pánico por la pérdida del control que creemos tener sobre nuestras vidas, que no es más que una ilusión.

El cambio aterra porque hemos sido condicionados para llegar a convicciones inamovibles y quedarnos estancados en ellas el resto de nuestros días, tratando de forzar al mundo, a la vida y a los demás para que operen conforme a ellas. Esto se ha convertido incluso en un estereotipo de congruencia, perseverancia, valor e integridad. La realidad es que constituye la peor prisión del ser humano: su propia terquedad.

Nadie nos enseñó, pues, la habilidad de adaptación, que requiere a su vez de otras, como el cese de la resistencia, la aceptación, la asunción de responsabilidad, la reinterpretación de nuestro pasado y circunstancias actuales, entre otras que conforman el proceso interno de reinventarse a sí mismo.

Hemos ido a lo largo de nuestra historia como especie en contra de nuestra propia naturaleza: el constante cambio interior. Lo que ayer nos gustaba hoy nos hace infelices y viceversa. Sin embargo, racionalmente nos hemos propuesto ser siempre los mismos. En nuestra cultura, decirle a alguien “es que has cambiado”, es como acusarlo de traición.

Como, en nuestro intento de ser siempre los mismos, no somos conscientes de ese involuntario, adaptativo y constante cambio interior, no tenemos dominio sobre él, por eso pretendemos controlar nuestras circunstancias. Ahí tiene usted uno de las causas más poderosas de los fracasos.

Así pues, el ser humano debe cambiar su enfoque de experiencia, vida y cambio del exterior hacia el interior. Por supuesto esto no es nada nuevo. Se ha entendido y enfocado de diversas maneras en todas las épocas, regiones y culturas. Pero, ¿por qué entonces seguimos bajo el viejo y conocido patrón? Porque no hay que hacer nada para mantenerse en él. Es el piloto automático.

La adaptación y la reinvención son producto de la voluntad y requieren el desarrollo de nuevas habilidades. La consecuencia es, por supuesto, la expansión de la conciencia, y con ella la disminución de la ignorancia.

Así, el reto es cambiar de opinión, de hábitos, de quehaceres, de relaciones, de estatus o cualquier otra cosa en la que hemos basado el sentido de nuestra propia importancia. No dejaremos de existir ni de importar, como nos dice el instinto de autopreservación que sucederá. Antes bien, nos renovaremos y reafirmaremos nuestra propia esencia, desarrollaremos autenticidad.

Da miedo, porque reinventarse implica desestructurarse, perder temporalmente ese sentido de la propia importancia para darse cuenta de que no es más que otra ilusión, como la de controlar nuestras circunstancias. Tras el velo del miedo está la claridad.

Comience por una sola decisión: si no le gusta lo que le está pasando, aléjese; no insista en cambiarlo, mucho menos con quejas. Si no puede o elige no hacerlo, reinvéntese, adáptese para sobreponerse a sí mismo. Darwin tenía razón: el más fuerte es el que mejor se adapta.

delasfuentesopina@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

Autor

El Heraldo de Saltillo
El Heraldo de Saltillo