COMO DECÍA MI ABUELA

“No me den ni uno por bueno…”

Mi abuela nos contaba que intentó comprar casa propia dos veces antes de tener por fin su casa en la Vicente Guerrero. Ella nos decía que Saltillo era muy pequeño y que los terrenos que se encontraban después del Tecnológico de Saltillo y el Ateneo Fuente, se consideraban la periferia. –Me ofrecieron terreno en la Colonia República y en la Guanajuato y su abuelo se arrepentía antes de firmar, nunca quiso- platicaba con melancolía mientras nos decía que era debido al machismo que mi abuelo se negaba a firmar los documentos, a pesar de que era dinero ahorrado por ella, entonces exclamaba “no me den ni uno por bueno” refiriéndose a los hombres, y continuaba con la historia de cómo por fin, cuando cambió el código de comercio, pudo concretar la compra de su terreno.

La afirmación de mi abuela “no me den ni uno por bueno” pareciera bastante desalentadora, pero es cierto que en el contexto de la sociedad patriarcal en que vivimos, todo, desde los procesos jurídicos, instituciones, familias y nosotros mismos, tenemos algo de machistas.

Mi abuelo ejerció violencia económica y patrimonial sobre mi abuela, porque en aquellos años, las mujeres no podían adquirir bienes sin el permiso de su marido, dicho de otro modo, mi abuelo despojó a mi abuela en dos ocasiones de los ahorros de los que disponía porque la propia ley, y por ende el Estado, se lo permitieron.

Hasta hace algunos años, no se reconocía la violencia estructural que se ejerce hacia las mujeres, no se podía tramitar un divorcio solamente porque así lo requirieran las partes, sino que se debían comprobar las causales del divorcio, muchas de las cuales se basan en conductas que aún tenemos muy normalizadas en la sociedad, no se permitía a la mujer decidir sobre su salud sexual y reproductiva sin el consentimiento de su marido, y aún en nuestros días, las niñas pueden casarse con hombres mayores de edad mediante autorización de sus padres, como lo hemos comentado en las anteriores columnas.

Vivimos dentro de un sistema patriarcal, que privilegia a cierto tipo de hombres y en el que los “pactos de caballeros” van más allá de la simple camaradería, es toda una estructura elevada con el propósito de colocar a los hombres en un plano de desigualdad, por encima de las mujeres.

Las tareas domésticas y de cuidados, siguen siendo ejercidas mayoritariamente por mujeres, incluso dentro de las familias en las que ambos padres trabajan, esto, sin mencionar a las madres autónomas que no cuentan con el apoyo real y tangible de las instancias legales correspondientes para proveer a sus hijos de la pensión alimenticia correspondiente.

Vivimos rodeadas de acosadores, en nuestros trabajos, en las escuelas, el transporte público o las redes sociales. Hagan como lectores el ejercicio de preguntar a las mujeres a su alrededor si han sido acosadas en las calles o si alguna vez han recibido una fotografía de un miembro masculino no solicitada, les sorprenderá la cantidad de mujeres que reportan que no hay espacios seguros y libres de violencia para nosotras.

Por esta razón, es sumamente importante impulsar leyes como la 3 de 3 contra la violencia, pero, además, exigir su cumplimiento en los tres niveles del poder. Es inadmisible que los partidos políticos aún quieran postular a hombres acusados como deudores alimentistas o violentadores de mujeres, inaceptable que los hombres que son señalados en cualquier nivel del poder o dentro de un plantel educativo, sean protegidos por su círculo social (hombres y mujeres) sólo porque “es un buen colega” o “a mí nunca me ha hecho nada”.

Es verdad que el dicho de mi abuela “no me den ni uno por bueno”, cae en una generalización extrema que no nos favorece, pero la idea de traerlo a colación es generar consciencia y preguntarnos si detrás de las anécdotas de nuestros padres, tíos, abuelos o compañeros, se encuentra una historia de violencia y abuso.

Hagamos un ejercicio de deconstrucción que nos permita crecer y ser mejores personas para que podamos reconocer en el feminismo una lucha por los derechos humanos de las mujeres que nos favorece a todos como sociedad.

 

Autor

Leonor Rangel