LIBRE AL FIN

El gobierno más difícil es el de uno mismo

Séneca 

El autocontrol es un mito. No hay nada más frustrante que exigírnoslos o solo intentarlo. No se puede, tengámoslo claro, dejar de reaccionar de cierta manera sin un proceso previo de gestión emocional, ni mucho menos suprimir las emociones. Ciertamente, el significado literal del término no implica resistencia a lo que sentimos, pero así es como lo hemos entendido y practicado.

Las emociones no son optativas, pero sí modificables y susceptibles de ser entrenadas. Son, primariamente, respuestas bioquímicas a los estímulos del medio ambiente, aunque su contenido está determinado por la cultura, la educación y la historia personal.

La forma en que reaccionamos tiene que ver con nuestra experiencia previa. Hay ciertos hechos, conocidos como disparadores o triggers, que pueden provocarnos ansiedad, ira, miedo y dolor, entre otras emociones perturbadoras, porque nos refieren directamente a experiencias traumáticas, nudos mentales no resueltos.

Tales emociones se presentan justamente para hablarnos sobre nosotros mismos, acerca de lo que no hemos trascendido. Son poderosas herramientas de autoconocimiento y el cimiento del autodominio, que no es lo mismo que autocontrol.

Aunque semánticamente ambos términos pueden ser utilizados como sinónimos, su significado es distinto a nivel de la creencia. Cuando alguien nos dice “contrólate”, entendemos generalmente que debemos, en ese momento, dejar de sentir lo que estamos sintiendo. Pero si alguien nos dice domínate, seguramente interpretaremos que hay que sobreponerse, y eso no implica resistirse a la emoción, sino regular su intensidad. Respirar profundamente es una técnica ancestral para bajarle al termostato emotivo. Nos permite gestionar la emoción una vez que ésta se ha vuelto identificable y manejable.

Quien intenta autocontrolarse se niega a sí mismo cuando suprime la emoción, que por otra parte no desaparece, solo permanece oculta, agazapada, esperando saltar sobre nosotros cuando nos topamos con nuestros detonadores o triggers.

Decía Sócrates que debíamos conocer nuestras debilidades para poder dominarlas. Esta sabiduría es ancestral; no obstante, impera la idea de que negarlas y ocultarlas funciona y es lo adecuado, porque seguimos creyendo que somos sobre todo seres racionales y que, en la paradoja más absurda de la racionalidad, podemos ser perfectos si ignoramos lo que nos afea por dentro. No nos damos cuenta de que el barco de nuestra vida va al garete porque el timón lo gobiernan nuestras emociones y no nuestras razones, y que éstas últimas, sin reconocer el mando de aquellas, se convierten en simples justificaciones.

Para Daniel Goleman, el psicoterapeuta que a finales del siglo pasado introdujo a la conciencia colectiva la importancia de conocer y gestionar nuestras emociones, el autodominio es la aptitud fundamental que debemos desarrollar para la autorregulación emocional.

Goleman considera que, además del autodominio, son necesarias la adaptabilidad y la capacidad de innovación para reenfocar aquello que nos perturba y convertirlo en el tipo de desafío que nos motiva a mejorar.

Nuestras emociones pueden ser entrenadas, a través principalmente del pensamiento positivo, convertido por supuesto en un hábito, de manera que nuestros impulsos perjudiciales y reacciones negativas pierdan terreno, y sea el optimismo el que tome el control, sin ingenuidad ni expectativas.

El primer requisito es, por supuesto, sentir todo lo que haya que sentir, y esto es en sí mismo un entrenamiento que va templando y fortaleciendo el carácter, de tal manera que los otros pierden poder sobre nuestra psique, ya no pueden manipularnos. Cuando esto sucede, nos volvemos realmente libres.

Comencemos identificando nuestros detonadores emocionales, primero en retrospectiva, para que podamos hacerlo después en el momento mismo en que sufrimos la perturbación emocional. Cuando adquirimos esta habilidad, estamos en aptitud de revalorar la situación. Esto hará, sin duda, que pierda impacto. Nos adueñamos de ella y de nosotros mismos.

No desaproveche ninguna oportunidad que se le presente para desarrollar su músculo emocional. La calidad de la vida cambia cuando reconocemos y apoyamos al verdadero timonel. Así es como dejamos de ir al garete en la vida.

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Autor

El Heraldo de Saltillo
El Heraldo de Saltillo