La ciencia permite la colaboración de grupos antagónicos

El conocimiento que ha generado le pertenece a la humanidad, señala José Franco, en ocasión de la efeméride en la materia que se conmemora hoy 10 de noviembre

Ciudad de México.- La ciencia es un magnífico vehículo para la paz y el desarrollo porque es un bien universal, carece de fronteras y tampoco debe tenerlas, asegura en entrevista el investigador del Instituto de Astronomía (IA) de la UNAM, José Franco.

Esta actividad representa el conjunto de saberes más poderoso que ha generado la humanidad para entender el orbe y contender con sus dificultades.

Es un elemento fundamental para la toma de decisiones, desde la salud hasta la economía, por ello es un acierto que la UNESCO haya instaurado -en 2001- el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo, agrega.

Con motivo de esta efeméride, que se celebra hoy 10 de noviembre, y que este año tiene como tema “Generar confianza en la ciencia”, el experto universitario subraya que el conocimiento ha sido definitorio a lo largo de la historia, las civilizaciones han avanzado gracias a él y cada una ha hecho aportaciones relevantes.

Es una construcción histórica social que nos ha permitido avanzar y resolver situaciones de salud, alimentación, seguridad, riqueza, energía, etcétera. Es imposible visualizar el progreso del mundo sin el entendimiento y hoy su pilar es la ciencia, el conjunto de saberes más sólido que ha generado el ser humano”, explica el doctor en Astrofísica.

Esta actividad no tiene color ni posición política. Son los tomadores de decisión quienes tienen intereses y visiones del mundo sesgadas. Es un embuste hablar de ciencia nacionalista, neoliberal o popular, pues es una actividad universal cuya labor trasciende las fronteras, y el conocimiento que ha generado le pertenece a la humanidad.

“Hay falacias que se propagan fácilmente como el decir que la ciencia es responsable de las guerras, de la miseria, etcétera. La ciencia no es responsable de absolutamente nada, el conocimiento es universal, lo utiliza todo mundo y, dependiendo del uso que le dan, puede mejorar la vida del ser humano o infligir dolor”, comenta.

Por ello, considera fundamental que los tomadores de decisiones públicas -presidentes, gobernantes, grupos parlamentarios, entre otros actores- se asesoren en esa materia y en tecnología, a fin de elaborar políticas que ayuden a la mejora de la sociedad. También, promover el saber entre la población para que cuente con herramientas que le permitan hacer frente a sus dificultades.

El exdirector de Divulgación de la Ciencia de la UNAM refiere que la pandemia por COVID-19 dejó lecciones respecto a la importancia del conocimiento producido por la ciencia a lo largo de la historia y su uso para aportar soluciones.

“Fue una labor de cooperación global sin precedentes, universal; las bibliotecas, los laboratorios y los ejércitos de investigadores y médicos fueron los elementos claves para conocer el agente que estaba generando las infecciones, sus características, su estructura molecular, para poder producir sustancias que inhibieran su acción. Así es que las vacunas se desarrollaron con el conocimiento previo, creado en decenas de años, y con la información que se obtuvo en ese momento sobre las características del agente infeccioso”.

Sin fronteras 

La historia muestra que la ciencia es universal y promotora de la paz, ya que es una actividad que requiere y permite la colaboración, incluso de grupos antagónicos en los terrenos político, militar o económico. A esta práctica se le denomina “diplomacia científica”, resalta Franco.

Por ejemplo, en la segunda mitad del siglo pasado, durante la Guerra Fría, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética estaban enfrentados y competían en los ámbitos armamentista, espacial, político y económico, se lograron avances significativos. La Unión Soviética lanzó al espacio el primer satélite artificial “Sputnik”, en 1957, y años después al primer ser humano. Esto detonó la carrera espacial que lo llevó a la Luna.

Con el paso del tiempo se consideró que si la competencia había dado frutos para desarrollar la ciencia espacial y su tecnología, quizá hubiera sido mayor el avance con colaboración.

“Entre el proyecto de naves espaciales Soyuz, de la Unión Soviética y el Programa Apolo, de Estados Unidos, se tuvo la idea de que cosmonautas y astronautas de estas dos naciones se dieran la mano en el espacio en 1975. Este evento, totalmente simbólico, detonó la cooperación y permitió que a inicios de este siglo se construyera la Estación Espacial Internacional donde hay astronautas de muchas nacionalidades”, relata el también expresidente de la Academia Mexicana de Ciencias.

Recientemente, prosigue, se inauguró en 2017, en Jordania, el haz de luz sincrotón SESAME -Luz de Sincrotón para una Ciencia Experimental y Aplicada en el Medio Oriente- en el que trabajan jordanos, palestinos, egipcios e israelíes, además científicos de más países en conflicto, como el proyecto de ciencia para la paz de UNESCO.

De acuerdo con ese organismo internacional, la conmemoración del Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo ha contribuido a fomentar la colaboración entre científicos que viven en regiones marcadas por conflictos, y a la creación, por ejemplo, de la Organización de la Ciencia Israelí-Palestina.

Otra situación se registró a principios del siglo XX cuando la labor de ingenieros astrónomos mexicanos propició el establecimiento de tratados comerciales entre México y Japón, así como este último con Estados Unidos, precisa el experto universitario.

En 1874 ocurrió un evento astronómico conocido como el tránsito de Venus por el disco solar, que fue visible desde Japón que en ese entonces estaba cerrado al mundo occidental, pero dio acceso a las delegaciones científicas para su observación.

Ingenieros topógrafos mexicanos encabezados por Francisco Díaz Covarrubias viajaron a esa nación a participar junto con grupos importantes de astrónomos de Europa, Francia, Estados Unidos. “Para sorpresa de todo el mundo, los mexicanos no solo hicieron una observación muy precisa, sino que fueron de los primeros en reportar sus resultados, lo que les dio prestigio y colocó a la astronomía mexicana en el mapa mundial”.

A su regreso al país, Díaz Covarrubias convenció al presidente Porfirio Díaz de crear el Observatorio Astronómico Nacional, el cual hasta el día de hoy existe y depende del IA de la UNAM.

Además, viajó por Japón, tomó notas de ese territorio y expuso la conveniencia de establecer una relación comercial. La llamada Tierra del Sol estaba interesada en firmar un tratado comercial con EUA, pero era un país hostil a la Unión Americana, por lo que se “tejió” que México signara el primero con la nación nipona e inmediatamente después con Estados Unidos.

“En agradecimiento, Japón le dio a México el mejor lugar en Tokio para poner su embajada y, desde entonces, somos socios comerciales privilegiados y hemos tenido una derrama comercial y tecnológica beneficiosa”, asevera José Franco. (UNAM)

 

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Agencias