COMO DECÍA MI ABUELA

“Viejo cebolla…”

Desde muy niña, fui consciente del abuso sexual infantil y cuán normalizado lo tenemos en nuestra sociedad. Mi abuelita inclusive nos advertía para que nos cuidáramos de los hombres, sobre todo de los mayores a los que llamaba “viejo cebolla, con la cabeza blanca y el rabo verde” cuando era notorio que un hombre mayor gustaba de alguna de nosotras.  Ojalá no me hubiera topado con tantos a lo largo de mi vida.

Acababa de ver la película “Sonido de libertad”, en la que se aborda la cruda realidad del tráfico de menores sudamericanos con motivos de explotación sexual, cuando leí la noticia de que la fundación “Luz y Esperanza” señala que, en las comunidades de la Sierra de Arteaga, Coahuila, se encuentra muy normalizada la práctica del estupro y que los adultos consiguen casarse con menores de edad a las cuales embarazan para así, obtener el “consentimiento” de los padres y legalizar su comportamiento delictivo.

Si no estamos haciendo nada para solucionarlo, somos parte del problema. No necesitamos películas que nos muestren cómo la policía estadounidense logró recuperar a unos niños en Colombia, porque lo vemos tan lejano, que creemos que esas cosas aquí no pasan. Pero la realidad es que viejos cebolla” cómo los llamaba mi abuela, existen porque los vemos y decidimos voltear hacia otro lado.

También leí esta semana, la noticia de que, un hombre de la tercera edad fue encontrado muerto en un motel del centro de la ciudad, luego de “contratar los servicios de una vendedora de amor”, sinceramente, la noticia me pareció repugnante, porque me hizo comprender a qué grado tenemos normalizada la explotación sexual que le llamamos “trabajo” “servicio” y se utilizan eufemismos como “vendedora de amor” para referirse a mujeres víctimas de explotación sexual, mujeres que pueden realizar su “trabajo” en cualquier lugar, en cualquier condición de salud, a cualquier edad, en estado alcohólico o drogadas, condiciones que jamás se aceptan y por el contrario están prohibidas en la Ley Federal del Trabajo, entonces, ¿por qué le seguimos llamando “trabajo sexual” a la esclavitud y explotación de estas mujeres? ¿no estamos buscando, al igual que los “viejos cebolla” de la sierra de Arteaga, un modo para justificar y legalizar la violación?

Decir que todos los hombres son iguales, sería caer en una generalización sin sentido, en una falacia, que no nos conduciría a ningún lado. Lo que sí podemos hacer, es reconocer que todos, hombres y mujeres, estamos inmersos en una sociedad machista y misógina que sigue viendo a la mujer como un accesorio, como un objeto, un bien que se puede consumir, un servicio que se puede explotar. Mientras se mantenga esta visión, muy poco podremos hacer por proteger a nuestras niñas del abuso sexual infantil y garantizar para ellas una vida libre de violencia.

Necesitamos voltear a nuestro alrededor y entender que la educación sexual y el ejercicio de la sexualidad es un derecho humano, pero que eso no convierte al sexo en una necesidad básica que el gobierno deba cubrir, como pretenden hacerlo creer quienes están a favor de llamar a la prostitución “trabajo sexual”. También debemos entender que educar a nuestras niñas y niños sobre sexualidad, va más allá de lo que muestran los textos escolares y que es responsabilidad de los padres y tutores de los menores. Educarlos acerca de la sexualidad y el abuso, en muchos casos, es la mejor herramienta de prevención. Existen diversos textos que abordan el tema, dirigidos a público infantil, en lo personal, recomiendo “¡Estela, grita muy fuerte!”, o los videos en YouTube llamados “El libro de Sebas” o “El libro de Tere”, pero existen muchas otras herramientas que podemos utilizar para empaparnos del tema.

Para quienes viven en una burbuja y creen que el abuso sexual infantil y la esclavitud con fines de explotación sexual, son realidades que se encuentran muy lejos de sus casas, les diría, abran bien los ojos, no vaya a ser que, por estar mirando hacia otro lado, esto esté sucediendo en su misma familia. Educarnos todos y entender que realidades como los “viejos cebolla” existen, pero no están bien, pueden marcar una gran diferencia. Al menos, podemos intentarlo.

 

 

Autor

Leonor Rangel