En el intervalo que separa dos deseos reina la calma
Swami Sivananda
Todos hemos recibido alguna vez la instrucción o la sugerencia de ¡cálmate! y, claro, nunca lo hemos logrado. A lo sumo, y como se dice hoy en día, le hemos bajado dos rayitas. La calma es un estado mental complejo al que se llega mediante un proceso de relajación generalizada.
Hay no pocos equívocos respecto a ella, porque ¿cómo describir aquello que no has experimentado? Suele confundírsele con la tranquilidad o la serenidad, o se le considera una emoción, con lo cual pierde su cualidad de producto de la voluntad humana y, por tanto, de factor de crecimiento espiritual. Las emociones, negativas o positivas, son reacciones automáticas a los estímulos del entorno y son inevitables. Los sentimientos son el procesamiento racional de tales emociones, realizado consciente o inconscientemente, para bien o para mal.
La calma es inmovilidad de la mente. Una desidentificación respecto de nuestras emociones y pensamientos. Las respuestas que damos a cualquier acontecimiento exterior en el que pongamos nuestra atención siempre serán emocionales y estarán ligadas a pensamientos detonados o detonantes. El hecho de que nos controlen se debe a que les creemos.
La tranquilidad, por su parte, se siente en el cuerpo. Es un estado de relajación que se genera cuando no percibimos algún riesgo proveniente del exterior. Es generalmente un requisito para la calma. Si el cuerpo está en tensión, será imposible relajar la mente y viceversa, pero siempre debemos comenzar por lo que podemos manejar más rápida y efectivamente mediante la atención, la intención y la concentración: los músculos.
Si no aprendemos a relajarnos corporalmente, la mente permanecerá en ese estado que nos es tan habitual de distracción constante, saltando de un pensamiento a otro, de un deseo a otro, y por tanto de una emoción a otra. Cuando se aprende a manejar el binomio mente-cuerpo, podemos relajarnos mentalmente primero, a partir de una imagen, un pensamiento que hemos elaborado y repetido hasta convertirlo en un remanso.
Es importante entender que mente y cuerpo son partes, en constante interacción, de un sistema biodinámico de procesos entrelazados. La mayoría de las enfermedades tiene origen en nuestras emociones negativas, pero la ciencia separó con fines de estudio lo que por naturaleza está unido y así lo ha mantenido. Sí, efectivamente, esto es una limitación gigante para el desarrollo del conocimiento sobre el ser humano.
La serenidad, a su vez, es un estado anímico, una actitud, producto de la conjunción calma-tranquilidad; es equilibrio general, control completo de nosotros mismos. Cuando la dominamos, podemos dejar de reaccionar conductualmente a lo que nos perturba, pues detiene la emotividad antes de que estalle. De la serenidad nacen la ecuanimidad como imparcialidad de juicio y la templanza como rasgo de carácter.
Una vez alcanzada la serenidad como estado de ánimo predominante, podemos arribar a la paz interior, que se aloja en el corazón; por tanto, es ausencia de emociones, como la calma, pero nicho de los sentimientos más elevados, como amor, gratitud, confianza, dicha y, el más incomprendido de todos, dolor.
Cuando el corazón se abre, se abre a todo, incluido al dolor, al que siempre estamos huyéndole. Por eso casi siempre lo tenemos cerrado, lo cual hace casi imposible la paz interior. Abrazar el dolor es quizá la lección espiritual más difícil de todo ser humano.
Pero volvamos al principio de todo: la tan llevada y traída calma, ese estado mental meditativo, en el que controlamos el oleaje interno, observándolo en perspectiva, sin juicios. Dejamos de desear por completo. En cualquier binomio emoción-pensamiento hay deseos manifiestos o inmanifiestos, de que algo pase de tal o cual manera o no pase. Si hacemos depender nuestro bienestar emocional de esa posibilidad, hemos construido una expectativa.
Si usted quiere calmarse, debe entrar en sí mismo y convertirse en un observador imparcial; algo aterrador para muchos, por eso la calma no medra en este mundo.
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