OPPENHEIMER

Christopher Nolan y la misma porfía

Nunca he sido fanático de su cine, confieso que me molesta la sobrevaloración que ha tenido su obra. Iniciada con Following y que, a la fecha, completa doce largometrajes. Algunos de ellos me irritaron y decepcionaron en la misma proporción que los críticos de la época rasgaban vestiduras por ellos. No obstante, siempre he admirado de él -y de muchos otros realizadores- su porfía y coherencia a la hora de realizar filmes, con sus incursiones en géneros tan variados como el thriller, la ciencia ficción, la incursión en el comic cinematográfico o el mundo bélico, dejando en cada uno de ellos su sello. ¿Es un autor? ¿Es un creador? ¿Su cine trascenderá el paso de los gustos y las modas? Intento arriesgar una crítica de su última película que demuestra su perseverancia en sus obsesiones y manierismos que, ahora, alcanzan cuotas de creatividad relevantes,

Christopher Nolan es londinense, inglés hasta la médula. Sus películas tienen un sello propio y reconocible y, generalmente, de unos metrajes superlativos. Y siempre me ha parecido exagerado o pomposo en algunos filmes, como capaz de sutilezas y fragmentos notables.

Después de 25 años de trayectoria, Nolan puede ostentar el estatus de ser cineasta que se acerca a ser un autor, si definimos lo autoral como coherencia en la forma, en el modo de poner en imágenes ideas que, insisto, no siempre son de una auténtica densidad.

En el caso de ‘Oppenheimer’, uno puede sentir alivio o alegría cuando descubre que se ha alcanzado un equilibrio perfecto en su retrato de la figura del padre de la bomba atómica. Y lo hace con ese estilo visual tan discutible, que apasiona a unos e irrita a otros. Pero que se mantiene fiel en su esencia como forma y estilo propios, logrando el mérito no menor de tomar una premisa -la biografía de un hombre- y hacer de ello una película fascinante, intensa, alcanzando cuotas de emoción y suspenso por encima de las apariencias.

En ‘Oppenheimer’ vuelve  a estar la grandilocuencia de su puesta en imágenes, enfrentada a una extraña frialdad, característica siempre presente en cada uno de sus trabajos fílmicos y que, insisto, genera también discrepancia respecto de su valor como cineasta.

En su película, Nolan se toma tres horas, utiliza casi solo varones en sus escenas y emplea como lugar casi único las habitaciones, donde se genera suspenso, pero en donde no existe una sola bala o persecución. Y eso que hablamos del padre de la bomba atómica y todo lo que ello implica.

Todo lo indicado se logra porque Nolan usa el montaje fragmentado, se apoya en Jennifer Lame como editora y trabaja deliberadamente el tema del ritmo cinematográfico, creando aceleración o suspenso allí donde parecía imposible de que existiera. Con ese montaje fragmentado, aparecen los juegos temporales de rigor y se trabaja con un guion en donde los diálogos son auténticas herramientas de desestabilización, a fuerza de la repetición. Y todo lo anterior se subraya con una poderosa banda sonora, tan solemne como hipnótica, a cargo de Ludwig Göransson y un empleo de lo visual hasta las máximas consecuencias.

Todos estos apartados técnicos permiten el logro de un filme hermoso (en su forma) y coherente (en sus obsesiones), donde nuevamente está presente un protagonista porfiado, obseso, autodestructivo y producto de una época específica.

Ahora, Nolan agrega otras necesidades, como los conceptos del paso del tiempo, el acomodo de la memoria y ese terrible deseo de pasar a la posteridad a costa de la autoinmolación. De esta manera, este drama biográfico se va convirtiendo en un thriller político con ribetes de tragedia.

Todo el peso del filme recae en Cillian Murphy como J. Robert Oppenheimer acompañado de un elenco de lujo: Robert Downey Jr., Emily Blunt, Florence Pugh o Matt Damon, entre muchos más.

Juega en contra de este deslumbrante biopic el que sea una película no comercial, que puede resultar demasiado densa en sus 180 minutos de metraje y algunos, mal educados por el cine habitual hollywoodense, lo sientan como lento y falto de emoción. Pero eso es otro tema, que no empaña ni un ápice el exquisito trabajo que Nolan ha logrado, que de seguro será la nota alta en el próximo reparto del Óscar.

¿Es una obra maestra? ¿Una pieza de colección?

Tal vez, aunque pueda ser discutible, En cualquier caso ‘Oppenheimer’ es un filme diferente, contracorriente, atípico y valiente cuando desafía a quienes no conciben películas que superen los noventa minutos e instala un retrato impecable y definitivo, una declaración de coherencia fílmica y provoca, para bien, discusiones y análisis de todo tipo.

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación