La felicidad depende únicamente de lo que piensas
Dale Carnegie
Todos vivimos atormentados por pensamientos catastróficos y sus consecuentes emociones negativas. Algunos tienen conciencia de ello; la mayoría no: transita por la vida con el automático puesto, conectado al pesimismo.
Por otra parte, aquél que ha comenzado a darse cuenta de su propia negatividad, generalmente toma la opción equivocada para dejar de atormentarse: el conflicto interior, bajo la creencia de que no debiera estar pensando ni sintiendo aquello que rechaza y, en consecuencia, tratando de obligarse a pensar y sentir “bonito”.
Nuestra negatividad ha sido históricamente rechazada por las religiones tradicionales y sigue siéndolo por las creencias predominantes de la espiritualidad new age, que tienen más de mercadotecnia descontextualizante que de verdadera ayuda. De una u otra manera, se ha negado nuestra naturaleza, a contracorriente de las condiciones fácticas de vida.
No podemos evadir la negatividad, porque no podemos evitar que la función de nuestra mente destinada a alertarnos y protegernos del peligro opere en automático. A menos claro, que dejemos de trabajar y cumplir obligaciones, para aislarnos en nuestras casas a meditar como si estuviéramos en el Tíbet.
De estar expuestos a la vida moderna, y lo estamos todos, habrá una insospechada variedad de acontecimientos adversos. Una vez que la adrenalina nos pone en alerta, perturbándonos y causándonos tensión, entra el pensamiento en escena, volviendo el peligro anunciado más imaginario que real, activando de inmediato la emoción más poderosa del ser humano, el miedo, cuya voz nos mostrará siempre lo peor, el más fatal destino, y con él empezaremos a vibrar, por tanto, a pensar, sentir, decidir y actuar. En resumen, a sufrir.
Con la experiencia, en su sentido de vivencia consciente de la cual extraemos sabiduría, podemos aprender a serenarnos ante acontecimientos que podrían enloquecer a otros. Sin ella, reaccionaremos de la misma manera al mismo estímulo, perfectamente condicionados por el piloto automático, que, si bien es imprescindible, está operado por nuestras creencias y traumas, hasta que le cambiemos el chip.
Nuestras creencias, por otra parte, son solo estadios de la conciencia, un paso evolutivo, de manera que tendrían que estar en cambio constante durante el proceso de concienciación, si es que decidimos emprenderlo. A la mayoría de la gente ni siquiera le interesa; no contempla seriamente este tipo de crecimiento en su vida y deposita su identidad en lo que cree; por tanto, lo convierte en verdad y en elemento inmutable de su personalidad. Se estanca.
El mecanismo automático e instantáneo de alerta-perturbación-tensión-pensamiento negativo-emoción correspondiente-miedo creciente, se llama “atajo mental”. Ante la necesidad de una respuesta inmediata al peligro, la mente no se pone a razonar, solo reacciona y lo hace preparándonos para lo peor.
El problema no es ese; es que le creemos, que no nos damos cuenta de este sesgo cognitivo y somos incapaces de, una vez pasado el peligro, sentarnos a desandar el camino de la mente para modificar el enfoque de las cosas. Nos quedamos conectados a la negatividad y le damos con ello potencia al miedo, que sigue y sigue hablando sin parar.
Lo mismo sucede con el pasado: continúa doliendo porque seguimos interpretándolo como lo hicimos en el momento de los sucesos, cuando el entendimiento no nos alcanzaba para comprenderlo cabalmente.
Para sanarlo hay que desandar el camino, retornando a los momentos difíciles, reviviendo y tolerando las emociones que nos provocaron, hasta que amainen, porque lo harán; entonces estaremos en capacidad de poner en perspectiva lo sucedido y darnos cuenta de que entonces reaccionamos lo mejor que pudimos, porque ignorábamos lo que ya sabemos, no teníamos ni la experiencia ni la conciencia, pero que ahora estamos en aptitud de trascenderlo. Nos lo contamos entonces de otra manera y nos quedamos en paz.
Hay que hacer lo mismo con nuestras reacciones negativas presentes, tomando en cuenta además que muchas de ellas provienen de ese pasado que no se ha sanado.
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