COMO DECÍA MI ABUELA

“Ya ni la burla perdonan…”

Desde niña, soy muy sensible a las burlas y ofensas. Tanto las hechas a mi persona como a terceros, más si son mis seres queridos. A pesar de mi afirmación anterior, con mis primas y primos, nos llevábamos “pesado” y con frecuencia, nos gastábamos bromas que rayaban en faltas de respeto; como en aquella ocasión, en la que nos pusimos creativas e hicimos parodias con las canciones de moda para bromear y entretener a todos. Mi abuela, entre risas, exclamó “ya ni la burla perdonan”, pero me parece recordar que, si nos llevamos un llamado de atención de su parte, destacando que ya no es divertido cuando se hieren los sentimientos de los demás.

La recién estrenada película de Barbie, ha causado opiniones divididas en internet y redes sociales. Montones de fans de la muñeca, la directora y los protagonistas; incluyendo a la icónica Margot Robbie, estuvieron dispuestos a hacer largas filas durante el estreno al que acudieron con sus mejores atuendos de color rosa, tan característico de la muñeca de Mattel.

En este entorno, surgen los memes de la “Fiona Buchona” ahora vestida de color rosa, los videos de contenido corto (Shorts, Reels, Tik Tok) en los que, algunos hombres creadores de contenido, se vistieron de rosa y usaron pelucas, para emular a las mujeres asistiendo al cine y ridiculizando en general, esta euforia por la película y el color rosado. También, la denuncia por parte de un joven llamado Ernesto, quien a través de la cuenta de Tik Tok @jess.alievno, denunció el ciberacoso del que fue objeto mientras asistió a ver la película, mencionando que recibió tantos mensajes de burla por una fotografía suya que fue publicada por un medio de comunicación (sin precisar cuál) que ya no supo el desenlace de la película.

El origen de este tipo de manifestaciones burlescas, no es otro, más que el androcentrismo enraizado en nuestra sociedad, mediante el cual, todo aquello que no sea predominantemente dirigido al hombre o la masculinidad, es visto como algo frívolo, superficial y ridículo, ya que se considera a las mujeres, como seres inferiores con un cerebro deficiente, citando al famoso filósofo Aristóteles “la mujer es un hombre incompleto”. De ahí, que se juzgue con malos ojos, todo aquello que pueda relacionarse al “mundo femenino”.

Se puede observar un doble estándar a la hora de emitir estos juicios, cuando, por una parte, no se critica de igual forma a las mujeres que asisten vestidas como Barbie, pero que cumplen con el estándar de belleza hegemónico que a aquellas que distan mucho de este, o no se ridiculiza igual al hombre de familia que acude con su hija vestidos como Barbie y Ken, que al propio Ernesto ya que no encaja con el estereotipo de masculinidad, ya sea la masculinidad de siempre o la “nueva masculinidad”, que intenta vestirse de rosa y pintarse las uñas, pero viene arrastrando el viejo machismo de siempre, y por otro lado, se alaban estos mismos comportamientos en los hombres cuando acuden a ver las películas de superhéroes caracterizados como Spiderman, Superman, Batman o hasta villanos como el Guasón.

Otras opiniones, apuntan con el feministómetro a Barbie y señalan si es que la película es lo suficientemente feminista o demasiado feminista (según el gusto e ideología de cada quien) olvidando por completo que, el feminismo es un posicionamiento político, que si bien, puede verse reflejado en el arte o la cultura, no es como tal, una imposición ni una “medida” para todas las cosas.

Me queda claro, que las opiniones de todos son válidas, que una película puede gustar o no, y que el capitalismo se beneficia de la nostalgia para provocar que sigamos consumiendo (hace poco estábamos entusiasmados con la película de Mario Bross o Transformers) pero lo que no debemos olvidar, es que, a la par de mi derecho a opinar, se encuentra el derecho del otro a ser respetado en su persona, gustos y aficiones. Y también me queda claro que hay personas que nunca van a cambiar y que como decía mi abuela “ya ni la burla perdonan” y de esos personajes, prefiero mantenerme alejada.

 

 

Autor

Leonor Rangel