CENTINELAS DEL FIN DEL MUNDO

 Triste contraste en estos días, el del mundo pendiente de cinco millonarios que bajaron por gusto al fondo del océano en la cápsula submarina Titán y a cuya búsqueda se destinaron esfuerzos internacionales y millones de dólares.

Y el poco interés y mínima inversión para rescatar a 750 africanos pobres, emigrantes por hambre, que iban en un pesquero volcado en aguas griegas y de los que únicamente sobrevivieron 104 hombres, llevados al puerto de Kalamata por el yate Mayan Queen que pasaba por ahí y al que la Guardia Nacional Helénica pidió ayuda.

Características también de nuestro tiempo, son el calor intenso y las lluvias extremosas que sufrimos en los dos hemisferios por el cambio climático; en cuya investigación, participan los pingüinos.

Visité con Matías varias colonias de pingüinos en viajes a la isla Magdalena cercana a Punta Arenas, a la Isla Grande de Tierra del Fuego, al otro lado del Estrecho de Magallanes y a Puerto Stanley, capital de las Malvinas.

Son tan graciosos, que cuando oyen llegar turistas salen de sus nidos y jalan y peinan a sus crías como si les gustara posar para las fotos y presentar a la familia.

Según la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (IUCN) hay en el mundo 18 especies de pingüinos.

Los de Magallanes se llaman pingüinos Rey y pueden verse de octubre a marzo; meses allá, de primavera y verano.

Los Emperador viven permanentemente en la Antártica, miden más de un metro y dan ejemplo de solidaridad porque al arreciar vientos y nevazones, forman círculos y los del centro giran dejando su sitio a los de afuera para que todos puedan protegerse.

Todas las especies de estas aves no voladoras, son afectadas por el cambio climático.

Y los pingüinos Barbijos, distinguibles por la franja negra en sus cabezas, están teniendo importantes roles en estudios sobre supervivencia.

Centinelas del Fin del Mundo los llamó El País al informar este 20 de febrero, sobre la expedición española que analiza la personalidad de miles de ellos, para determinar sus respuestas individuales ante el calentamiento global.

“Los pingüinos, son como el canario en la mina respecto al cambio climático” advierte Carlos Barros del Oceanográfico de Valencia y una de las 38 personas de diferentes profesiones que pasaron dos meses en la Isla Decepción, perteneciente al archipiélago de las Shetland del Sur a unos 100 kilómetros de la Antártica, analizando las dinámicas de los pingüinos ante la escasez de los pequeños crustáceos que forman el krill.

El krill, es muy sensible al aumento de temperatura; si desaparece alteraría todo el ecosistema polar y se busca saber si los pingüinos se adaptarán teniendo menos crías o emigrando.

Porque al no volar, tendrán que nadar kilómetros para alimentarse “y ballenas, orcas y focas los esperan con el colmillo afilado”.

Sobre el mismo tema se explayó en entrevista para el mismo diario de este 2 de junio, el biólogo argentino Pablo Borboroglu; único latinoamericano galardonado con el Indianapolis Prize, ‘Nobel’ de la conservación animal y nombrado embajador mundial de los pingüinos

“Los pingüinos reflejan la salud de los océanos” dijo a Silvina Frydlewsky, en Buenos Aires.

Nacido en Mar del Plata hace 53 años, su interés por la fauna marina surgió escuchando hablar a su abuela, de las pingüineras de la Patagonia.

Y en los años 90 se involucró en campañas contra los derrames de petróleo que mataron en Chubut, 40 mil pingüinos por año y 17 mil en los dos peores meses.

Hace pocas semanas, antes de empezar el invierno austral, los pingüinos de Magallanes iniciaron su viaje anual por el Océano Atlántico, a aguas más cálidas.

Y ahora, desde la página web de su ONG, Global Penguin Society, Borboroglu sigue el recorrido de una veintena, gracias a transmisores satelitales adheridos a sus cuerpos.

Cualquiera puede hacerlo, porque quiere que la gente los vea nadar, conozca sus velocidades y si son agredidos por barcos pesqueros, tráfico marino o trabajos de exploración y explotación de petróleo.

Los pingüinos, dice, son muy maltratados por las olas de calor que han aumentado en número, intensidad y duración y por los que incendios que causan y queman nidos y crías.

Buscando evitar que pase en Argentina lo sucedido con pingüinos africanos que disminuyeron en más de dos millones y cuarto en apenas cien años, Borboroglu promueve la creación de áreas protegidas como la Reserva de la Biosfera Patagonia Azul, con más de 3 millones de hectáreas de superficie marítima y terrestre y hábitat del 40 por ciento de los pingüinos de Magallanes.

Sobre su dedicación a la conservación y no a la ciencia pura, dice que las investigaciones publicadas en revistas internacionales en inglés que solo leen otros científicos no llegan a donde se toman decisiones ni influyen en leyes, gobiernos y comunidades.

Alerta al respecto, sobre la autorización dada por el presidente Alberto Fernández para explorar y explotar petróleo en alta mar, porque generan explosiones que mutilan animales marinos.

Y derrames que quitan impermeabilidad al plumaje de los pingüinos y los mata; porque sin poder bucear, la mitad se ahoga y los que alcanzan la costa llegan tan agotados, que mueren a los pocos días.

Pero lo más grave del cambio climático, enfatiza coincidiendo con el investigador español Barros, es la alteración en los ciclos de formación y derretimiento de hielo en la Antártica y su repercusión en la alimentación y reproducción de los animales marinos.

Y advierte del divorcio entre lo que importa a la gente y la agenda ambiental de los gobiernos, confiando que las nuevas generaciones “que son mucho más conscientes de lo que está ocurriendo” puedan cambiarla.

 

Autor

Teresa Gurza
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