QUIÉN ES QUIÉN

Todos nacemos originales y morimos copias

Carl Gustav Jung

La salud emocional está de moda y se ha vuelto viral, así como la variadísima oferta de métodos para alcanzarla, con sus respectivas clasificaciones de personalidad y patologías mentales.

Los psicoterapeutas, tradicionales y alternativos, han sido rebasados por una oleada de influencers cuyas distorsionadas interpretaciones sobre el tema, producto de la superficialidad de su conocimiento, siembran una cantidad considerable de ideas erróneas en incontables terrenos de ingenuidad psicológica y espiritual.

Estamos en la era de la autoayuda “a la carta”, con acceso a menús sincréticos o eclécticos, plagados de creaciones originales de muchos “chefs de la espiritualidad” que marcan tendencia. Y hay que decirlo: algunos platillos son solo comida chatarra.

Por supuesto existen voces verdaderamente conocedoras, pero esto de la búsqueda espiritual moderna es como ir a un súper mercado a elegir un producto entre decenas de marcas: a veces tenemos que probar varias, hasta dar con la que nos gusta o nos ajusta, sin otra consecuencia que previas decepciones y gastos inútiles. Incluso podemos darnos cuenta en algún momento de que ni siquiera necesitamos ese artículo y dejamos de consumirlo.

Desafortunadamente, en cuestión de la eterna búsqueda de bienestar del ser humano, la oferta confusa, la publicidad engañosa y una errónea elección producirán resultados mucho más desagradables que las molestias de una mala compra.

Veamos, por ejemplo, uno de los más extendidos y equivocadísimos paradigmas de la actualidad: la búsqueda de la felicidad, a la que todos nos sentimos, de una u otra manera, obligados bajo el supuesto de que “a eso venimos al mundo”.

Para alcanzarla, elegiremos, sin discriminación, entre la amplia oferta de métodos psicoterapéuticos y espirituales, algunos profesionales y otros solo “pseudo”, todo aquello que creamos nos conduce a ella, como poner distancia con los tóxicos y tóxicas, fijar límites, amarse a uno mismo, sanar al niño herido, generar pensamiento positivo, gestionar las emociones, ser asertivo, cambiar hábitos y añádale a la lista, que aquí hay poco espacio para lo larga que es.

En principio, tendríamos que pensar si el bienestar que buscamos se llama felicidad, si realmente sabemos lo que es por experiencia; si la tuvimos, por qué la perdimos y si es nuestra meta o la forma de alcanzar metas.

En cualquier caso, la introspección es siempre el camino correcto; más expedito cuántas más preguntas nos hacemos a nosotros mismos. Pero el viaje hacia nuestro interior es, de entre todas las ofertas, la que menos demanda tiene, porque se percibe verdaderamente aterrador. Tantos años reprimiendo emociones avasalladoras, recuerdos traumáticos, dolorosas heridas, sentimientos de inadecuación e insuficiencia, para ahora tener que localizarlos en la bodega del subconsciente, desembalarlos y encargarnos de ellos, con el fin de encontrar nuestro ser auténtico y validarlo ante nosotros mismos, es definitivamente la opción menos atractiva.

Sin embargo, nos guste o no, es la única válida para vivir con sentido. Le explico: los seres humanos nos educados unos a otros bajo cánones sociales ajenos a nuestra personalidad primaria, es decir, a la forma única que cada uno encontró en los primeros tres meses de infancia para relacionarse con la vida, a partir de las respuestas que dio nuestro cerebro reptil a las sensaciones de peligro. Esto es neurociencia pura, el más avanzado de los conocimientos, hoy en día, sobre la estructura y funcionamiento del cerebro humano.

En no pocos casos, ciertamente, se estimuló durante la infancia la autenticidad del niño o niña, pero más por azar que por conocimiento. Por lo general, nuestras tendencias primarias de acción y reacción ante la vida fueron rechazadas, suprimidas o hasta ridiculizadas.

Desafortunadamente, la realización de esas tendencias es lo que nos proporciona el gozo de vivir que todos buscamos, y que nos arrebatan en la infancia superponiendo ideas y comportamientos muchas veces contrarios a lo que somos, creándonos una gran confusión respecto de nuestra propia naturaleza personal.

Pero hay vuelta atrás… en el próximo artículo.

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