En las últimas semanas se han podido leer mensajes de todo tipo en las redes sociales por motivo de las tensiones que hay entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial. Y, aunque ocupen diferentes palabras, los mensajes de uno y otro grupo igualan en intensidad.
Las tensiones entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial son un llamado importante para canalizar reflexiones en busca de soluciones, que canalicen esas diferencias hacía diálogos civiles y no hacía descalificaciones mutuas. A propósito de estas ideas Katia D’Artigues con peculiar sentido del humor, hace algunos años, indicó que un buen epitafio para nuestro país sería el siguiente: “Aquí yace la mitad de México, asesinada por la otra mitad.”
La tarea no es fácil pero sí es posible. Para lograr acuerdos, es necesario identificar las causas por las cuales no se alcanzan. Una de ellas es negativa y se refiere a circunstancias irracionales que impiden la unidad: tales como la delincuencia, la discriminación, el egoísmo, la corrupción, entre otras. Aunque no existen ejemplos de países en los cuales esta causa negativa sea completamente eliminada, sí se ha observado que puede ser controlada y reducida al profundizar en la segunda causa.
La segunda causa es positiva, pues promueve la sana diferencia. Pero encontrar el camino para que no se perciba como una amenaza y se convierta en una fortaleza que contribuya a la unidad no es fácil. Esta causa se basa en la existencia de personas comprometidas que aportan al desarrollo del país, pero cuyas diferencias ideológicas, religiosas, políticas y culturales parecen irreconciliables. Es importante proteger y promover esta diversidad, ya que la pluralidad es beneficiosa. Marie Von Ebner dijo : «Cuando dos buenas personas se pelean por principios, ambas tienen razón.”
Es momento de establecer un diálogo civil en el cual los grupos en tensión, sin fanatismo y conscientes de las diferencias saludables, puedan proponer un rumbo para el país. Aunque pueda parecer difícil, este tipo de diálogo entre personas comprometidas pero enemistadas no es imposible. Se pueden mencionar ejemplos históricos como el proceso de paz en Sudáfrica, donde Nelson Mandela y el gobierno sudafricano acordaron la transición hacia un sistema democrático a pesar de las diferencias ideológicas y la violencia previa. Otro ejemplo: en el Estado de Israel, los desencuentros entre árabes y judíos eran permanentes. Explica Jonatan Lipsky de la Universidad de Tel Aviv que una de las soluciones que, aunque no eliminó las diferencias, ayudó mucho para reducir las tensiones fue “el modelo de los encuentros realizados por la Fundación Guesher (Puente), que ha promovido programas de diálogo religioso-laico durante los últimos 40 años”. Explica el mismo autor: “mientras que al comenzar el encuentro se enfatiza el lugar de las creencias, valores e ideales del individuo, al concluir el encuentro se insta a la cooperación y colaboración colectiva, borrando la identidad individual o grupal. Sumado a ello, acontece una transformación del discurso, pasando del ‘debate’ al ‘diálogo’, dando lugar incluso a conversaciones de carácter íntimo o personal, caracterizadas por un intento de empatía y comprensión”.
Es importante reconocer que la diferencia debe ser respetada, y que el único camino para tomar decisiones conjuntas en medio de las diferencias es a través de diálogos ciudadanos, que eliminen la pretensión de una verdad absoluta. Con este tipo de diálogos podemos encontrar soluciones que beneficien a nuestro país, sin negar las diferencias que nos caracterizan.
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