ESCUCHAR ATERRA

Escucha deveras y serás diferente

Charles Chaplin

 Ningún arte es más difícil de dominar en la vida que la escucha activa, con conciencia plena de lo que nos están diciendo, porque demanda mucha energía y, sobre todo, empatía, algo muy difícil de lograr si en lo que se está escuchando hay emociones involucradas, y eso sucede casi todo el tiempo.

Desafortunadamente, la persona que no puede gestionar sus propias emociones, no podrá, por más que intente, tolerar las ajenas. De ahí que, incluso con cara de “sí, te escucho atentamente”, habrá puesto una barrera para la empatía, y muy seguramente estará más atenta a sus pensamientos, juicios críticos y posibles consejos para que quien le está hablando deje de sentir lo que siente.

La mayoría escuchamos así, a medias, con límites, hasta donde nos es posible acercarnos a nuestras propias emociones. Tendemos, además, a creer que estamos obligados a expresar una opinión, una orientación o hablar de nuestra propia experiencia. Sin embargo, en muchas ocasiones, especialmente tratándose de los hijos, quien habla solo quiere ser escuchado, contenido y respaldado.

Cuando un padre o una madre educa señalándole a los hijos constantemente cómo podrían haberlo hecho mejor, en lugar de ayudarlos a superarse, les crea un sentimiento de insuficiencia, pues nunca “dan el ancho”. La inseguridad derivada los acompañará siempre que deban interactuar con figuras de autoridad, ya sea que respondan con sumisión o retando, según su temperamento y personalidad.

Podrán se conflictivos en el trabajo o poco proactivos para no cometer errores, les será “cuesta arriba” salir airosos de una entrevista para obtener empleo. Tenderán, por otra parte, a buscar una pareja que haga lo mismo, es decir, les señale más sus errores que sus aciertos.

Esta es una situación que se repite cotidianamente en muchas familias, por falta de una escucha activa: lo padres no supieron educar para sentir y gestionar lo que se siente; no saben cómo lidiar con las emociones propias, menos las de sus hijos; no saben contenerlos, ni respaldarlos ni validarlos, así que asumen su rol paternal regañando, ordenando o aconsejando sobre cosas que ellos tampoco podrían manejar asertivamente.

Y es que la escucha activa requiere un proceso previo de autoconocimiento y autodominio real, es decir, de la correcta gestión de las emociones propias y no de su represión. Solo eso puede enseñarnos que no somos los responsables de rescatar de su entuerto emocional a aquel o aquella que escuchamos, así sea un ser muy querido, porque cuando asumimos eso nos estamos colocando en un lugar de superioridad, que nos llevará a “decirle cómo”, porque él o ella “no lo harán bien”.

Escuchar más allá de lo que se dice o se expresa directamente, o sea, aceptar la carga emocional, los patrones de pensamiento y las creencias, puede ser aterrador, porque se establece una conexión profunda entre ambas personas, que se vuelven espejo una de otra, pero mientras una de ellas está expulsando lo que la perturba, la otra lo está absorbiendo, lo cual, como bien supone, debe hacerse desde un lugar de sabiduría, es decir, de experiencia superada, con calma y paz interior, y no desde la identificación del drama propio con el ajeno, porque cuando esto sucede se crea una complicidad en la que se malentienden las lealtades.

En estos casos, el que fue escuchado tenderá a exigirle internamente a la persona que se identificó con él o ella, primero, que así suceda siempre; después, que adivine constantemente sus emociones, ya que sienten igual; finalmente, que nunca sea quien realmente es, porque son lo mismo. Esto pasa mucho en el enamoramiento, que es una fase más de complicidades que de corresponsabilidades.

No es fácil, pues, una escucha activa. Todos vivimos más en nuestra propia mente y nos proyectamos en aquel al que estamos oyendo o escuchando a medias. Será por eso que interactuamos a partir de malas comunicaciones, creando malentendidos, confrontaciones, odios, resentimientos.

delasfuentesopina@gmail.com