Del dicho al hecho
Andrés Manuel López Obrador -AMLO- asumió el cargo de presidente el 1 de diciembre de 2018, con promesas de mejorar la economía de México, reducir la pobreza y la desigualdad, y hacer frente a la corrupción entre otras propuestas.
Dejará el cargo el 30 de septiembre de 2024. Con la mayor parte de su mandato ya transcurrida, casi todo lo que podía hacer está hecho, y no es mucho.
AMLO no mejoró la economía. De hecho, el PIB de México ni siquiera regresó al nivel pre pandémico y las proyecciones del Fondo Monetario Internacional y de la OCDE para 2023 y 2024 indican que es posible que no haya crecido en lo absoluto durante los seis años de gobierno de AMLO.
Peor aún, el futuro se muestra ominoso. Después de 2019, la tasa general de inversión cayó a menos del 20% del PIB. Y a pesar de las predicciones de que a México lo beneficiará la adopción de la relocalización o “nearshoring” por parte de empresas estadounidenses, la poca inversión actual es garantía casi segura de un crecimiento anémico en los próximos años. Puede que algún día la economía de México vuelva a crecer, pero falta mucho para ese día.
Pero, aquí hay que hacer un comentario justo, una pandemia seguida de recesión global no es algo muy propicio al crecimiento económico o a la reducción de la desigualdad. Desde el inicio de 2020 hasta el final de 2021, más de tres millones de mexicanos cayeron en la pobreza. A pesar de los programas sociales de AMLO para los ancianos, los estudiantes de secundaria y los pueblos indígenas, no parece probable que cuando deje el cargo, México vaya a tener en general mejores cifras en materia de desigualdad y pobreza que las que tenía cuando llegó.
Pero hay muchas cosas por las que AMLO no puede culpar a la pandemia. En particular, su elección como presidente es atribuible a que puso el combate a la corrupción en primer lugar de su plataforma. Pero incumplió esa promesa, ejemplos, varios, “la lana de su hermano Pío, los viajes del General de la Secretaría de la Defensa, por citar algunos.
AMLO tampoco cumplió sus otras promesas. La delincuencia violenta está peor que antes. La tasa de homicidios por cien mil habitantes (la única estadística delictiva realmente sólida y fiable en un país en el que no se denuncia más del 90% de los ilícitos) tuvo un marcado aumentó en 2019 y la primera mitad de 2020; y aunque se desaceleró un poco en 2022, sigue siendo más alta que durante Peña Nieto (y es posible que la cifra real sea aún mayor). Pese a que la cantidad de homicidios se redujo de más de 90 a cerca de 80 por día, aumentó la cantidad de personas desaparecidas, lo que lleva a algunos analistas a preguntarse si los funcionarios no estarán clasificando los homicidios como “desapariciones”.
El país ha cambiado, sin duda. Múltiples indicadores así lo muestran. Son muy escasos, no obstante, los cambios que este gobierno puede apropiarse como logros. Abundan, por el contrario, los que el oficialismo trata de relativizar, de minimizar o incluso negar, que documentan ampliamente su bancarrota. La ambición histórica que López Obrador no se cansó de presumir es, sin duda, la vara contra la que tarde o temprano tendrá que medirse. Y más allá de su infinita capacidad de vanagloriarse, se dice que no saldrá bien librado. Veremos y diremos.
Buen fin de semana, la frase: “A veces es mejor respirar profundo… y quedarse callado”. ¡Ánimo!
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