Pocas cosas hay más emocionantes y tristes a la vez, que ver desprenderse un trozo de la inmensa mole de hielo de un ventisquero.
Emoción por la belleza del espectáculo y tristeza, porque es evidencia del calentamiento de la Tierra.
El término adecuado para esas masas heladas que parecen colgar de las montañas es glaciar, pero me gusta más decirles ventisqueros; nombre que les dan los arrieros que viven en la cordillera chilena, por las fuertes ventiscas que generan.
Varias veces vi de cerca desprendimientos de diferentes tamaños, en viajes con Matías a la Laguna de San Rafael y los Campos de Hielo Sur, bellísima zona de Chile que reúne el 77 por ciento de los glaciares del mundo.
Como podrán ver en las fotos que adjunto, barcos pequeños como los de Skorpios, permiten entrar en los fiordos y acercarse hasta casi tentar los glaciares.
La tripulación prepara lanchas para pocas personas y fáciles de manejar para poder ir esquivando trozos de anteriores desprendimientos y pescan alguno pequeño, para picarlo y servir a los pasajeros whisky con hielos milenarios.
Y si hay suerte, se puede ver focas trepando trabajosamente para reposar en las moles recién caídas; entre incesantes clics de las cámaras fotográficas.
Contemplar esas maravillas desde una frágil lanchita no deja de dar temor, porque queda semi atrapada entre hielos de tonos azules o rosados que tienen tres veces mayor volumen debajo del mar que el que se ve fuera y producen al caer, fuerte ruido y un pequeño tsunami.
Y ahora sé, gracias a un artículo de Grayson Haver Currin publicado el pasado 16 de marzo por New York Times, que al caer o derretirse, el hielo descarga música conmovedora.
Los científicos empezaron a grabar por casualidad, los sonidos del agua descongelándose y los han empezado a difundir para documentar los efectos del cambio climático.
Todo comenzó en 2009, cuando Martin Sharp, glaciólogo de la Universidad de Alberta, enterró siete micrófonos con sensores y una pequeña grabadora de mano en la capa de hielo del glaciar Devon; que tiene el tamaño de Connecticut y está en el extremo norte de Canadá.
Tenía esperanzas de capturar algo de la gélida quietud en la que trabajaba, monitorear la velocidad del derretimiento del hielo y detectar con monitores sísmicos cómo se movía.
Al abrir el archivo “supo que el hielo había estado cantando todo el verano” y el resultado, estuvo repleto de sorpresas.
Pudo escuchar que un ave se posó en la plataforma y cantó, que gaviotas volaban en círculos arriba y abajo y que mientras el hielo se descongelaba, se desenvolvía una sinfonía.
Porque al pasar el agua por el micrófono, creó un zumbido vertiginoso y pequeñas burbujas formadas por el aire atrapado dentro del hielo, quizás durante siglos, explotaban incesantemente creando un allegro de chasquidos y estallidos.
Admirado, Sharp reprodujo en sus conferencias una cinta de 20 minutos con esas grabaciones.
Y el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático le solicitó una copia, con la esperanza de agregar sonido a las discusiones internacionales sobre datos y políticas ambientales.
Lo que dio una idea diferente de lo que se estaba hablando; porque “las diapositivas y sonido transmitían lo que era estar allí” dijo Sharp, de 64 años.
Años después entre 1990 y 1993, Thomas Köner hizo una trilogía de álbumes ambientales, que evocaban en quienes los oían inquietud y asombro, al sentirse rodeados de hielo que se movía y resquebrajaba.
Y recientemente los sonidos variados e inesperados del hielo, se han vuelto virales y permiten sentir el hielo cayendo a un agujero congelado o sus suspiros al estallar dentro de un lago sueco.
Por ello, científicos y músicos creen que las grabaciones podrían ser más, que simples curiosidades.
Y que la música del derretimiento del hielo y el desprendimiento de glaciares, además de ayudar a predecir la tasa del cambio climático y el aumento del nivel del mar, podría llevar a los oyentes, a repensar su relación con la naturaleza.
La música noruega Jana Winderen, que ha estado a la vanguardia con sencillas grabaciones de glaciares y la tierra y el agua que los rodean, ha creado conmovedoras postales musicales de masas de hielo que se derriten y lloran al hacerlo.
“Me di cuenta que el glaciar se deslizaba, muy, muy lentamente, sobre esta agua debajo de los sedimentos. Y el sonido tenía presencia, como una criatura. Me enamoré totalmente.”
La foto de un iceberg, dijo, es hermosa; pero el ruido brutal que hace al liberarse de un glaciar, es desgarrador.
Era escéptico al respecto, el veterano artista sonoro e investigador australiano Philip Samartzis, pero después de presenciar y grabar una ventisca antártica sin precedentes, aceptó el potencial político de esas conmovedoras canciones del hielo.
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