¿Qué sucederá con las corcholatas derrotadas de Morena?
El discurso del presidente López Obrador con motivo del 85 aniversario de la expropiación petrolera dejó en claro que el candidato del movimiento que pretenda sucederlo tendrá que continuar con las políticas y programas de la 4T.
Con eso, el presidente ha trazado una línea inequívoca para reforzar la disciplina en Morena. Por momentos, en medio de una intensa competencia interna, el orden pareció relajarse ante la actuación de algunos aspirantes que buscaban a toda costa posicionarse entre militantes y ciudadanos.
Quienes pretendían ganar más simpatías a través de la diferenciación, ya sea proponiendo ajustes al programa de Gobierno, sugerir políticas exóticas al movimiento o acercándose a grupos ajenos a la 4T, deberían a partir de este momento modificar su estrategia. Para empezar, deberán incluir los designios presidenciales en sus discursos y agendas, si no quieren naufragar antes de navegar hacia la candidatura presidencial.
Eso significa defender el llamado Plan B de la reforma electoral y la política de “abrazos y no balazos” en materia de seguridad. Además, como señaló López Obrador, él o la elegida debe asumir compromisos creíbles para fortalecer los programas de bienestar y concluir los proyectos de infraestructura que impulsa su administración.
Quien logre convertirse en la alternativa más convincente para continuar el movimiento y aplicar las mismas políticas, garantizará su participación en la contienda interna y aumentará sus posibilidades de ganar la encuesta.
No hay duda de que el modelo sucesorio, formulado por el presidente e implementado por su partido, ha funcionado hasta ahora. No solo porque resultó exitoso en las elecciones locales ganadas por Morena, sino porque ha generado una gran simpatía entre militantes y ciudadanos de cara al proceso electoral del próximo año.
Bautizado por el propio presidente, el concepto de corcholatas ha tenido un éxito publicitario sin precedentes, convirtiéndose en un símbolo político de Morena y sus cuatro contendientes.
Esta es, por supuesto, una ingeniosa estrategia de comunicación política. De hecho, la popularidad de los cuatro contendientes creció en el momento en que el presidente destapó las corcholatas.
Asimismo, los sondeos también revelan que, a mayor alineación del discurso con las acciones y retórica del Gobierno, mayor será la aceptación de su imagen y propuestas entre la militancia de Morena.
Sin embargo, el modelo de las corcholatas enfrenta algunos riesgos. Su éxito depende de que se cumpla el supuesto en el cual, una vez dados a conocer los resultados de la encuesta, los perdedores y sus redes de apoyo se reincorporan al partido, preparados para apoyar al ganador y enfrentar juntos a la oposición.
Los casos de Durango en 2022 y Coahuila en este año muestran que esta conjetura no siempre se cumple. En el primer caso, uno de los perdedores decidió que la red de apoyo que había formado bajo el paraguas de Morena no respaldaría a la candidata que ganó la encuesta. Los resultados fueron catastróficos para el partido del presidente.
Algo similar podría ocurrir en Coahuila, cuando uno de los candidatos perdedores estaría movilizando los apoyos que consiguió al amparo de López Obrador y Morena a favor de su propia candidatura en otro partido.
A diferencia del modelo del “tapado” utilizado en el pasado para controlar autoritariamente el proceso de sucesión, en el nuevo mecanismo seguido por Morena diferentes candidatos compiten entre sí y se movilizan con autonomía del partido, formando sus propias redes.
El efecto no deseado es que los aspirantes se vuelvan tan poderosos que cuando son derrotados, pueden utilizar este poder contra quien los encumbró.
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