El filme del siempre polémico Darren Aronofsky sigue dividiendo las aguas de la crítica, teniendo solo un punto en común: la extraordinaria actuación de un Brendan Fraser que está en el mejor momento de su carrera al interpretar a este tipo que oculta su obesidad a los demás, vive encerrado en su casa y trata de aferrarse a lo que quizás haya sido su momento mayor de inspiración: su hija a la que abandonó por irse con otro hombre que lo odia.
No hay términos medio, no existen los consensos: la mitad odia la película The Whale (La ballena) a la que califican como un psicodrama fallido de Darren Aronofsky, rescatando solamente la soberbia actuación de un desfigurado Brendan Fraser y aquellos que la aman, a pesar de tratarse de un filme que se regocija en lo grotesco y abusa del sentimentalismo, porque saben que detrás de tanta miseria humana está la impecable actuación de Fraser.
La Ballena se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Venecia el 4 de septiembre de 2022, ha recaudado 11 millones de dólares y tiene a su celebrado actor nominado al Óscar como mejor intérprete y desde su aparición ha causado polémica e instalado el tema de la gordofobia en el panorama mundial. Esta polarización se debe, quizás, a la fama de director difícil y amante de los extremos que se ha ganado Aronofsky desde los tiempos de Pi (1998), su primera película oficial (antes hizo Protozoa que casi nadie vio) a la que siguieron Réquiem por un sueño (2000), La fuente de la vida (2006), El luchador (2008), la celebrada y no menos odiada Cisne Negro (2010), la menospreciada Noé (2014) y ¡Madre! (2017), para muchos un chiste grotesco.
El tema de la obesidad mórbida del protagonista y su asociación metafórica con Moby Dick, amén de una puesta en escena claustrofóbica y solo con un plano exterior, no logra concitar unanimidad en su calificación, salvo insistimos, en el trabajo actoral de Brendan Fraser quien de veras merece un Óscar de la Academia, sepultado bajo un maquillaje y efectos especiales que lo transforman en un hombre que casi no puede pararse del sillón donde pasa la mayor parte del día.
Muchos críticos apuntan que el problema central es que el realizador Aronofsky se solaza mostrando solo el lado de miseria física y moral del protagónico, cayendo en un exhibicionismo casi gratuito (recuérdese la comentada secuencia de la furia del personaje que se harta de comida y termina vomitando en un basurero), lo que resta fuerza a su supuesto humanismo.
Otros comentaristas subrayan que el personaje de Charlie, encarnado por Fraser, logra elevar la película solo por su esfuerzo por dotar de ternura un ser humano autodestructivo que, a pesar del asco y espanto que provoca en quienes lo ven, está lleno de amor por los demás a quienes de manera constante los cataloga como “gente increíble».
Así mismo, se critica fuertemente que cada uno de los que acompañan a Charlie opera como un símbolo antes que como un ser humano: desde la amiga y cuidadora del personaje, Liz (Hong Chau); Thomas (Ty Simpkins), un joven misionero que quiere salvar su alma; su hija adolescente, Ellie (Sadie Sink), y su exesposa, Mary (Samantha Morton, restando credibilidad a su conjunto y solo provocando morbo.
Incluso hay quienes han reaccionado (muy mal) porque se insinúa en el filme que el obeso Charlie, en su enorme físico vendría a representar a un sufrido y hasta masoquista figura de Cristo que resume en sí mismo toda la abyección del mundo.
Aplaudiendo la actuación de Brendan Fraser, envuelto en carne hecha por los efectos especiales y obligado a movimientos repulsivos, su personaje exuda ternura y fragilidad y con solo recursos menores logra sacar casi por sí solo el peso de un drama que derechamente se desbanda.
Con toda esa artillería en su contra, La Ballena se ha instalado como uno de los filmes más controversiales de los últimos tiempos, acusado también por abusar de su estructura teatral y balbuceos, aun cuando su guion resulta bien estructurado en una lógica narrativa feroz, pese a lo cual muchos temas no logran ser bien desarrollados, exceptuando el central: de por qué Charlie abandonó a su mujer e hija para seguir a un hombre de menor edad que él y que, por añadidura, era su alumno.
Sea cual sea la postura que adopte el espectador, La Ballena sigue adelante seduciendo o asqueando a la platea, mostrando que la obesidad mórbida es una tragedia en un mundo donde lo físico y externo está sobredimensionado, que ha sido infringido a este héroe particular por un mundo hostil, que no perdona la disidencia y que definitivamente no acepta la posibilidad de que dos hombres puedan ser felices como pareja.
El filme aborda muchísimos temas, desde el tema de la religión, la depresión, la responsabilidad afectiva en la paternidad, la muerte, la trascendencia, los trastornos alimenticios, el amor homosexual y la imposibilidad de ser felices en apenas 117 minutos, constituyéndose en un bombardeo emocional, característico del estilo de cine que cultiva Darren Aronofsky.
Y en cada uno de sus filmes hay una tendencia cada vez más marcada por utilizar elementos simbólicos: las sombras, la lluvia, la naturaleza, la luz que cubre de pronto a los personajes y esa levitación al final que insinúa mucho más de lo que muestra. Todo ello contribuye a la sensación cerrada y completa de devastación que el realizador trata de entregar.
Y más allá del tema de la obesidad, La Ballena es un filme que nos pone a la inminencia de la muerte delante de nuestras narices, donde Charlie sabe que va a morir, hace una revisión de su vida, y trata con desesperación de que sea su esquiva hija su mejor producto, su obra definitiva, a pesar de que ella nunca le perdonará haberla abandonado.
La Ballena puede ser de esos filmes que uno no volvería a ver de nuevo, al menos en un tiempo cercano, pero que indudablemente contribuye a generar una necesaria reflexión respecto de temas importantes en un mundo en que predomina el hedonismo y la carencia de valores. Literalmente, es una película en muchos aspectos demoledora.
Autor
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Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
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