DESCONECTADOS

Jamás te persigas creyendo que deberías sentirte mejor

Jorge Bucay

Eso que tanto tememos que nos haga otro, es en realidad lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos, pues vivimos recreando nuestras heridas de infancia. El autoboicot, ese ataque que nos hacemos reviviendo dolores y reproduciendo las circunstancias que los provocaron a lo largo de nuestra vida, no es otra cosa que la creencia de que no podemos darnos a nosotros mismos lo que estamos necesitando.

Esto se debe a que no fuimos educados para hacer contacto con lo que sucede dentro de nosotros. De hecho, se nos programó para suprimirlo, pues lo importante era satisfacer las necesidades y expectativas de nuestros padres y mayores, en general, exigencia para cuyo cumplimiento aquello que sintiéramos podría ser un obstáculo.

Esto, evidentemente, se convirtió en un paradigma de vida, según el cual la satisfacción de nuestras necesidades debe provenir de otros: pareja, hijos y amigos. Si estamos envueltos en esa dinámica, es un hecho irrefutable que no provino inicialmente de quien debiera no solo haberlas satisfecho en la edad en que no éramos capaces de hacerlo por nosotros mismos, sino enseñarnos a autosatisfacerlas más adelante. Y es que seguramente nuestros padres estaban ocupados exigiéndonos cubrir las suyas.

La desconexión de nosotros mismos es un problema histórico de la humanidad. En pleno siglo XXI no hemos comprendido que, de hecho, es el principal. Seguimos, a través de las redes sociales, buscando likes de reafirmación, sin darnos cuenta de que nos hemos autoabandonado o, más bien, de que fuimos educados para hacerlo.

Internalizando la voz de nuestros padres, maestros y, en general, personas cercanas o de influencia, nos volvemos exigentes con nosotros mismos, a través de dos poderosas autoimposiciones: debería y tendría que.

Existen en realidad muchas formas de desconexión personal o autoabandono, pero sin duda la autoexigencia es la más dañina, pues se trata de una forma de tiranía interna a partir de una expectativa de ser lo que nunca seremos: perfectos, por tanto, siempre nos sentiremos insuficientes.

Quienes se autoabandonan pueden, por una parte, ser aquellos que frecuentemente no saben o niegan lo que necesitan, para evitar el dolor de verse insatisfechos; o quienes, creyendo saberlo, le imponen a los demás, como condición, satisfacer sus necesidades.

Esta idea de que el intercambio en la satisfacción de las necesidades es la clave de la vida es lo que ha hecho que desatendamos lo que realmente sucede en nuestro interior. Nos volvemos ajenos a nuestra propia experiencia emocional, de manera que cuando pugna por rebasarnos para que la atendamos, luchamos contra ella negándola o le huimos, recurriendo generalmente a las adicciones físicas y/o psicológicas.

Algunas otras conductas que nos avisan sobre el autoabandono son: culpar a los demás de nuestros problemas, ser incapaz de poner límites, no saber definir con precisión lo que sentimos, actuar en contra de nuestros valores, dudar más allá de lo necesario para tomar decisiones y procrastinar.

Es, por cierto, importante, señalar que, si las vemos en otros, las tenemos nosotros. Y seguramente lo haremos, porque esta forma de “comercio emocional” que sostenemos con los demás, en la que existe la promesa oculta de satisfacer mutuamente nuestras necesidades, o simplemente valernos de ellos o ellas sin reciprocidad, es la que ha predominado en el mundo, en cualquier cultura, en cualquier región y época.

Por eso vivimos decepcionados y frustrados: le imponemos a los otros la expectativa oculta de ser o hacer a nuestro gusto, sin explicarles claramente qué esperamos, por temor al rechazo, a que hagan prevalecer sus propias condiciones y dejen nuestras necesidades insatisfechas.

Este es el nudo gordiano del enfrentamiento de egos que existe en la mayor parte de las relaciones afectivas, que no es otra cosa que el enredo que cada uno de nosotros lleva dentro de sí, por no aceptar las propias emociones ni identificar las verdaderas necesidades, creyendo que no está en cada uno gestionarlas y satisfacerlas.

delasfuentesopina@gmail.com