COMO DECÍA MI ABUELA

«Tanto va el cántaro al agua»…

Cuándo visitamos a la abuela en el verano, todos nos poníamos a jugar a la lotería. Era muy emocionante y divertido ver a mi abuela jugando con ocho tablas y aún así perder contra una de mis primas que solo jugaba dos. Todo eran risas hasta que mi abuela se desesperaba y decía que ya no iba a jugar porque ya no tenía más «feria», «tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe» exclamaba pesarosa por no continuar el juego.

En las últimas semanas, el caso de Elena Ríos la saxofonista oaxaqueña sobreviviente al intento de feminicidio con ácido, ha servido cómo estandarte de la «Ley Malena» una iniciativa que pretende que se reconozca la «violencia ácida» dentro de la Ley de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y se contemple este tipo de violencia como intento de feminicidio. Parece absurdo que aún en estos días después de 15 años de creada La Ley no existan los mecanismos suficientes para que las autoridades defiendan a las mujeres y la hagan efectiva.

Tenemos que recurrir a una Ley Ingrid, ley Olimpia, Ley Malena y un sinnúmero de leyes que indiquen paso a paso algo que ya debería ser obvio, el respeto a los cuerpos y la vida de las mujeres y las sanciones cuándo estos derechos humanos son violentados.

Esto es así, porque dentro de esta sociedad se sigue aplaudiendo y glorificando el machismo y su expresión a través de la masculinidad violenta e iracunda, a la que no le importa incluso, terminar con la vida de alguien más, para demostrar que es más fuerte, más poderoso, más macho. Ojalá que los casos como Pablo Lyle o Alfredo Adame, sirvieran para que los hombres hicieran un examen de consciencia y analizaran a fondo sus reacciones iracundas, sin embargo, parece que esto no es así.

Unos los justifican diciendo que son reacciones «muy humanas» pero cuando las mujeres reaccionan de una manera violenta o agresiva, cómo en el caso de las marchas y la intervención de los monumentos, se suele decir que «esas no son formas» por lo que claramente podemos observar un componente cultural en la manera de evaluar la violencia cuando emana de los hombres y cuando emana de las mujeres.

Socialmente es aceptado que el hombre actúe de manera violenta pero como decía mi abuela «tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe» y esa violencia llega a extremos incontrolables los cuales tienen consecuencias fatales.

En Jalisco, un hombre ingresó armado al ministerio público donde su pareja y la madre de ésta, interponían una denuncia en su contra por violencia familiar. Las mató ahí mismo, delante del personal administrativo del órgano encargado de administrar la justicia. De ese tamaño son las omisiones del Estado.

Justamente hoy, este miércoles, le tocó a nuestra ciudad ser testigo de la saña y la crueldad de un hombre y cómo sus acciones cobraron la vida de otra mujer, que ahora forma parte de las 10 mujeres que, estadísticamente, nos son arrebatadas día con día.

Ericka Lucio, sufrió una muerte dolorosa a manos de su pareja. Toda la violencia que se le permite a los hombres como una expresión de su valía, es una de las causas que los legitima para actuar de este modo al interior de sus hogares, otra es sin duda, la omisión de las autoridades y muchas veces, la permisividad, cuándo se observa que, en muchas ocasiones, existieron denuncias previas que no fueron atendidas.

En ambos casos, los presuntos responsables ya fueron detenidos, caiga sobre ellos todo el peso de la ley, porque estos actos, no se deben seguir permitiendo.

Y a pesar de que existen cada vez más organizaciones feministas y que cada vez más mujeres acceden a puestos de poder, queda todavía un largo camino por recorrer para que exista la feministocracia, «el nuevo orden con las mujeres al frente y nuestros derechos al centro» cómo lo define Yndira Sandoval, para crear una sociedad más equitativa y justa con las mujeres. Pero tal y cómo decía mi abuela «tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe» y poco a poco, somos más, las que estamos hartas y llenas de digna rabia ante el silencio e indiferencia de la sociedad y la incompetencia y complicidad del Estado.

Autor

Leonor Rangel
Otros artículos del mismo autor