La cotidianidad de los tiroteos masivos en Estados Unidos
Hace casi 24 años el mundo estaba atónito ante el tiroteo masivo de la Escuela Preparatoria Columbine que cobró la vida de 15 personas incluyendo la de los dos perpetradores. Era insólito que dos jóvenes de 18 años fueran capaces de adquirir sin mayor problema un arsenal para masacrar a sus compañeros del clase y maestros.
Nos cuestionábamos si había sido por maldad, por venganza, por depresión, o en qué momento se habían torcido. Nos llamaba la atención que para un joven estadounidense era más fácil comprar un arma que una cerveza, y pensábamos en los padres de los chicos que cargarían con el estigma de esta atrocidad, además del suicidio de sus hijos.
Y año tras año, siguen ocurriendo masacres. La diferencia es que ahora ya nada nos sorprende. Los tiroteos masivos en Estados Unidos cada vez pasan más desapercibidos, aunque sean nota ocasional. Tal es el caso del tirador de 72 años que el fin de semana pasado mató a 10 personas en Monterey Park, California.
Para devolverles un poco el asombro y que el caso no pase desapercibido, aquí les van unos datos: En Estados Unidos se registran en promedio 88 tiroteos al año. Tan solo en el 2017 hubo 561. Este país tiene la tasa más alta de homicidios con arma de fuego: 4 por cada 100 mil habitantes, una cifra 18 veces más alta que cualquier país desarrollado. Hay 120 armas por cada 100 personas. Es decir, hay más armas que habitantes.
Y todo se debe a la idiosincrasia de un gran sector conservador de la población que cree que el derecho a portar armas es sagrado, y a la operación política que lleva a cabo la Asociación Nacional del Rifle para evitar que el Congreso pase restricciones a la venta de armas. Se basan en el argumento de que la gente buena tiene que tener un arma para defenderse de la gente mala armada.
Pero lo más grave es que se acabó la presión para la industria armamentista y de cabildeo. Ese acostumbramiento social al “un tiroteo más” es lo que les permite actuar impunemente, porque finalmente no hay un humor de cambio, más allá de la presión que viven los políticos financiados por la NRA y los comités de acción política en tiempos de elecciones.
Sea cual sea la narrativa y justificación, la realidad nos devuelve al mismo punto: si no hay armas o se restringe su venta, la tasa de homicidios y accidentes con armas baja drásticamente. Es una pena que la cotidianidad no deje que la razón se imponga. Mientras ese aletargamiento social no se sacuda, seguirán los tiroteos y muertes.
Israel Navarro es Estratega Político del Instituto de Artes y Oficios en Comunicación Estratégica. Twitter @navarroisrael
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