Por un movimiento a favor del crecimiento y el desarrollo
Una de las imágenes más impactantes en la historia económica de México la encarna una sencilla gráfica en la que se compara el desempeño económico del país con algunas economías asiáticas de rápido crecimiento durante los últimos 50 años.
A principios de los 70, México doblaba el Producto Interno Bruto por persona (PIB per cápita) de países como Malasia, Corea del Sur, Taiwán y Tailandia. En 2021, esta relación se revirtió dramáticamente.
El ejemplo más significativo lo representa Corea del Sur. En 1970, el país de Kia y Samsung registró 2,975 dólares por habitante. En ese momento, año en el que México presumía los frutos del período estabilizador al organizar un mundial de fútbol, logró generar 6,873 dólares por persona, es decir, más del doble de la nación asiática.
En el transcurso de 51 años, 30 en régimen de partido único y 21 en alternancia, México implementó distintos modelos económicos, desde el rígido estatismo, pasando por las libertades del sistema neoliberal y, recientemente, el retorno al progresismo. Sin embargo, en 2021 apenas logró impulsar su PIB per cápita hasta 10,039 dólares. En tanto, al amparo de un sólido proceso de industrialización, inserción en el mercado global y promoción de las libertades democráticas, Corea del Sur disparó su riqueza hasta 31,777 dólares por cada uno de sus 51 millones de habitantes. Es decir, en poco más de 50 años, alcanzó y triplicó el desempeño de la economía mexicana.
Considerando que un milagro similar al coreano sucedió en el resto de los países asiáticos señalados párrafos arriba, resulta ineludible confrontar, aun con el escozor que esto provoca en los protagonistas de los distintos regímenes, los rasgos específicos de cada modelo de desarrollo implementado en las últimas cinco décadas en México.
El propósito sería revelar los excesos y las omisiones que contribuyeron a profundizar el rezago frente a economías aparentemente con menor potencial que la nuestra. Dejemos, sin embargo, esa minuciosa tarea a los politólogos y economistas.
De lo que se trata es de admitir que llegó el momento para desechar las distintas visiones de progreso que evidentemente no han ofrecido soluciones a las problemáticas que restringen el crecimiento económico en nuestro país.
En 50 años, se ha experimentado prácticamente de todo. Sin duda, algunas reformas y políticas gubernamentales lograron impulsar aspectos sociales clave del desarrollo, tales como la esperanza de vida, la escolaridad y el suministro de alimentos, pero estamos muy lejos de materializar al sueño de convertir al país en protagonista económico mundial, al estilo Corea del Sur. El milagro mexicano no se ha presentado.
A propósito de las elecciones presidenciales de 2024 –probablemente la última oportunidad para discutir el modelo de desarrollo antes de que Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Costa Rica desplacen a México como la potencia económica de América Latina–, podría suceder que el divisionismo que experimenta el país vuelva más propensa a la población a dejarse llevar por hechiceros de la economía, falsos profetas del progreso e iluminados del crecimiento.
Sucede todo el tiempo. Confío, sin embargo, que esta nueva oportunidad se convierta en esa chispa que encienda la llama de un movimiento a favor del crecimiento y el progreso que viaje de la mano del combate a la pobreza y la desigualdad.
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