Feliz Navidad a todos y solidaridad con Ciro Gómez Leyva
En el invierno de 1984, durante mi estancia de dos años y meses como corresponsal en Moscú, fui a Siberia.
La imaginaba fea, vieja y sombría y es lindísima, moderna y luminosa y el sol, la luna y las estrellas, enormes y brillantes, se veían cerquísima.
Su capital, Novosibirsk, centro de la oblast, (región) y distrito del mismo nombre, está a 3 mil kilómetros de Moscú; con cerca de millón y medio de habitantes era la cuarta ciudad soviética y ahí nació la perestroika que intentó transformar a la URSS y acabó por disolverla.
Volamos unas 8 horas cuatro periodistas en un avión de Aeroflot atestado, incómodo y ruidoso.
Hicimos escala no sé dónde, porque en esa época había mucho secretismo y no nos dijeron el nombre, pero era un aeropuerto helado, había adultos y niños durmiendo en el piso, pasamos casi brincando sobre ellos y esperamos una hora para abordar de nuevo.
El avión aterrizó en Novosibirsk sobre skies, a 45 grados bajo cero; bajamos en la pista nevada y al hablar nuestros alientos se convertían en cristalitos de hielo, que al caer hacían ruiditos que los funcionarios que nos recibieron llamaron “rumor de las estrellas”.
El periodista de Novosti que nos conducía, recomendó taparnos la boca con la bufanda antes de salir al aire libre y empezar a hablar 5 minutos después, para evitar que nuestras gargantas sufrieran daño.
Esos acompañantes o “referentes”, tenían como función cuidar que no hiciéramos nada inconveniente y servían como traductores; no muy fieles, porque eliminaban de las preguntas “asperezas o malas intenciones” y muchas veces las respuestas nada tenían que ver con lo preguntado.
Al día siguiente de llegar, caminamos por la taiga, bosque de pinos y abedules adaptados a frío extremo y poca agua, hasta una isba, (casa) de mujiks (campesinos) que nos dieron té, vino caliente con especies, empanadas y pan con mermelada.
Para calentarse dormían en colchonetas colocadas encima de la estufa de leña y al igual que en las casas moscovitas, sus tapetes no estaban sobre el suelo sino en las paredes a lo largo de las camas.
Esa y otras caminatas, fueron muy agradables; el frío seco no calaba y usaba gorro y abrigo de pieles, pantalón térmico, botas y guantes forrados.
Tuvimos interesantes y variadas actividades y recorrimos en camioneta la zona.
En algunas carreteras, las ramas sin hojas de los árboles tenían anudados pedacitos de tela de colores; era como honraban a sus dioses los indígenas yakutos y komi, que constituían el 10 por ciento de alrededor de 20 millones de habitantes de Siberia.
La industrialización los dejó sin sus tierras de la tundra (llanura) y fueron presionados para dejar sus lenguas y culturas; estaban en peligro de extinción y vivían aislados o trabajando en los servicios.
Con un poco de susto, caminé sobre las olas congeladas del Mar de Obi; que en realidad no es mar, sino lago que luego supe debe su color azul a los óxidos metálicos que deshecha la cercana central de energía.
Visitamos la catedral de San Alejandro Nevski de cúpulas doradas, la cuarta que conocí con ese nombre y de la que se decía era el mejor ejemplo arquitectónico de la Iglesia Ortodoxa.
Y el Teatro de la Ópera, el del circo, el Palacio del Trabajo y la casa de Lenin, que mantenían como si la víspera hubiera dormido allí.
Vimos en un criadero de visiones cientos de vivaces y alegres animalitos que terminarían en abrigos y en el Lago Baikal, el más profundo y mayor reserva de agua dulce del planeta, no me atreví a probar el omul, que se come vivito y coleteando.
Novosibirsk significa Nueva Ciudad de Siberia y fue fundada 1893 para que ingenieros y obreros que construían el puente para el ferrocarril transiberiano, tuvieran donde alojarse.
Al concluirse quedó como estación donde llegaban los granos para abastecer la zona y después se convirtió en centro científico, cultural, industrial, de transporte y financiero.
No siempre se llamó Novosibirsk, entre 1893 y 1925 fue Novo-Nikolaevsk en honor del zar Nicolás II que la dotó del teatro de ópera y el edificio de ballet más grande del país, mayor que el Bolshoi de Moscú, varias iglesias ortodoxas y una católica y escuelas.
Fue la primera ciudad de Rusia en aceptar en 1913, la educación primaria obligatoria y aunque llegaban convictos, primero de zares y luego de bolcheviques y soviéticos, sus habitantes nunca estuvieron involucrados en política.
En mayo de 1918 fue capturada por el Ejército Blanco, meses después la ganó el Ejército Rojo y se desató la guerra civil con sus epidemias de tifus y cólera y tantas muertes, que la población disminuyó.
Al iniciar en 1921 el gobierno de Lenin, la ciudad se recuperó.
En 1926 Stalin le cambió el nombre a Novosibirsk y durante su mandato de 1924 a 1953, se instalaron fábricas, procesadoras de alimentos y metales y la central eléctrica.
Y el ferrocarril Turquestán-Siberia, terminado en 1931, la convirtió en eje de la rusia asiática.
A consecuencia de las políticas estalinistas en 1933 hubo hambre en Rusia y más de 170 mil personas se refugiaron en Novosibirsk que tenía mejores condiciones.
A propuesta del físico Mikhaíl Lavrentiev, que ansiaba cambiar la idea de Siberia como prisión zarista y estalinista y demostrar “la superioridad de la ciencia soviética”, Nikita Jruschev creó en 1957 la rama siberiana de la Academia de Ciencias de la URSS.
Y al lado del Obi y en medio de un bello bosque de abedules, se levantaron centros de investigación, universidades, facultades de Medicina y Agricultura y una escuela para niños genio; surgiendo la Akademgorodok, (ciudad academia) lugar impactante y lleno de actividad.
Me quedé con las ganas de ver sabios dando clases a niños superdotados, porque el referente aseguró que estaban de vacaciones.
La temperatura máxima ni en verano llega a los 13 grados, pero mayor libertad, extensa biblioteca, altos salarios, viviendas y productos de calidad imposibles de conseguir en otro lugar de la URSS, siempre con desabasto hasta de lo más indispensable, convencieron a 65 mil investigadores para trabajar ahí.
Tras la disolución de la Unión Soviética en noviembre de 1991, se dijo que todo ese esfuerzo fue en balde porque no había conseguido desarrollar alta tecnología y que sus principales investigadores habían sido contratados por compañías tecnológicas y universidades gringas.
Pienso que no lo fue tanto, porque cuando a la muerte Brezhnev llegó al poder Yuri Andropov (1982 a 1984) y pidió a los científicos estudiar en qué momento de la construcción del socialismo se estaba, varios de sus científicos cuestionaron la vialidad del sistema.
Y se decía que ahí había nacido la idea de la perestroika (restructuración).
Buscando ahora en Internet información para este artículo me enteré que antes de la invasión a Ucrania, se habían instalado ahí empresas multinacionales que buscaban desarrollar tecnología de punta en campos como el de los drones y la llamaban Silicon Valley de Siberia.
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